El parque urbano en el siglo XXI: una mirada desde la ecología política urbana

Melissa Jara Corona[1]

Resumen: En el mundo contemporáneo, la ciudad es el hogar de un poco más de la mitad de la población mundial. Se ha convertido en la cuna de complejos fenómenos sociopolíticos, económicos y ambientales que moldean tanto las formas de vida como las relaciones entre los ciudadanos y con la naturaleza. El presente trabajo contextualiza el entorno urbano actual desde la postura crítica de la ecología política urbana, evidenciando cómo los procesos de urbanización guiados por la lógica del capital han fragmentado tanto el tejido social como el ecosistema. Posteriormente, se plantea que el parque urbano no sólo funge como un equipamiento decorativo, sino como escenario de disputa política, participación ciudadana y resignificación del vínculo humano-naturaleza. Asimismo, se destacan las aportaciones biofísicas de las áreas verdes que contribuyen a la mitigación del cambio climático y la conservación de la biodiversidad. El artículo concluye que reconocer a los parques urbanos como infraestructuras ecológicas y culturales, así como promover su gestión democrática, es vital para reconfigurar las ciudades contemporáneas desde el poder social y la sustentabilidad.

Palabras clave: urbanización, desigualdad, ecología política urbana, área verde y colectividad.

Introducción

En el contexto de la crisis climática-civilizatoria actual, auspiciada por el régimen ontológico neoliberal dominante, las ciudades han sido transformadas y configuradas bajo la lógica pragmática del capital donde todo —incluido el espacio urbano— queda subordinado a la soberanía del valor económico. Esta lógica ha generado y perpetuado múltiples fenómenos con una gran carga de poder político en la gestión urbanística como el crecimiento exponencial de los sectores económicos: construcción y transporte. A su vez, los problemas asociados al cambio de uso de suelo por la expansión de la mancha urbana continúan siendo controversiales por el surgimiento de conflictos socioambientales, políticos y económicos de gran escala, cuyas consecuencias abarcan desde la contaminación del aire, hasta la segregación socioespacial, la desigualdad, la explotación de recursos, la fragmentación del tejido urbano y la pérdida de cobertura vegetal (Leff, 2021; Ramón y Aguilar, 2021).

El régimen espacial del capital, lejos de mantener un equilibrio para los seres vivos que habitan el planeta, está provocando un estado caótico con afectaciones irreversibles; por un lado, en el medio ambiente, como la fragmentación de áreas verdes para la construcción de calles, el desmantelamiento de vegetación, la contaminación del agua, suelo y aire por los procesos industriales, generación de residuos y el aumento de emisiones de gases de efecto invernadero por el transporte vehicular, pérdida de biodiversidad, etc. Por poner un ejemplo, en Ciudad de México en 2017, para la instalación únicamente de una línea del sistema de Metrobús, se retiraron al menos 500 árboles dentro del perímetro (Rodríguez y Figueroa, 2017). Esta situación se refleja en la fragmentación y disminución de la superficie arbórea en el territorio.

De forma complementaria, la ONU-Hábitat con la colaboración el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit) y la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) realizaron un estudio titulado “Índice básico de las ciudades prósperas” en alrededor de 305 municipios de nuestro país. En este documento se destaca que la media óptima internacional de espacios verdes para que garantice prosperidad en los habitantes de una ciudad es de 15m2/hab. Por su parte, el estudio urbano presenta que para el Índice de Calidad de Vida dentro de la categoría “espacio público” se obtuvo el indicador de áreas verdes per cápita en el municipio de Puebla con un valor de 8.85 m2/hab, lo que representa un déficit significativo y pone en evidencia una importante carencia en términos de espacio público natural (2018).

Partiendo de este contexto, ¿puede un parque cambiar el rumbo de una ciudad? Hoy existe un creciente interés por transformar las ciudades en espacios más equitativos y sostenibles. En este proceso, el parque urbano emerge como una herramienta poderosa que no sólo ofrece beneficios ecológicos, sino que también puede reducir desigualdades, promover la cohesión social y reconfigurar las relaciones entre sociedad y naturaleza. Desde la mirada de la ecología política urbana, los parques no son solamente entendidos como equipamiento estético, sino como espacios donde se manifiestan dinámicas de poder, disputas territoriales y horizontes de transformación colectiva (Delgado, 2024).

Este ensayo analiza el papel potencial del parque urbano diseñado y gestionado desde los criterios y reflexiones de la ecología política urbana (EPU), como catalizador para una transición hacia ciudades más resilientes, inclusivas y sustentables.

Marco teórico

La ecología política es una disciplina híbrida que se presenta como una herramienta teórica y práctica. Se enfoca en analizar las dinámicas entre el poder político, económico y social con el medio ambiente desde una visión sistémica para comprender el origen de conflictos socioambientales. Sus reflexiones han impulsado a la ciudadanía a cuestionarse sobre las relaciones existentes y dinámicas que afectan al entorno natural, como su capacidad de participación democrática desde un enfoque holístico. Por su parte, la ecología política urbana, como vertiente, toma un papel primordial, debido a su visión del espacio urbano como una construcción política y ecológica.

La EPU propone develar las estructuras de poder que definen los arreglos político-económicos detrás de la urbanización, los cuales configuran procesos metabólicos que revelan quiénes son los beneficiados y quiénes los perjudicados en la producción desigual del espacio urbano. Para este análisis, se utiliza el metabolismo social también llamado metabolismo socioeconómico como instrumento metodológico clave que explica la apropiación, transformación, distribución y consumo de energía y materiales, y la consecuente generación de desechos. Es como analizar la “biología” de una sociedad. Por ello, es que, a través de este análisis se aprecia la desigual y excluyente transformación urbana en términos sociales y ecológicos, impulsada por los esquemas sociometabólicos y poniendo en evidencia las causas que están detrás de las injusticias que distinguen a la ciudad moderna (Fisher-Kowalski y Haberl, 2000; Smith, 1990; Harvey, 1996, citado por Delgado, 2024).

Teniendo una comprensión mucho más holística y profunda de las transformaciones urbanas en el mundo contemporáneo, la epu, de igual manera, busca identificar otras relaciones socionaturales, así como perspectivas y prácticas que estén territorialmente contextualizadas, capaces de replantear la lógica con la que actualmente diseñan, planifican, construyen y gestionan las ciudades. Su objetivo es impulsar una transición hacia modelos urbanos más justos, equitativos y sostenibles (Delgado, 2021). Esta reconfiguración requiere apoyarse en catalizadores clave de cambio, tales como nuevas formas de gobernanza, un ordenamiento territorial más inclusivo, y el fortalecimiento de la conectividad ecológica y sociocultural entre los distintos espacios urbanos.

Urbanización

A partir de mediados del siglo xix, el crecimiento de la mancha urbana ha sido abismal a nivel mundial. En México, la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (2024) publicó que, de acuerdo con el Sistema Nacional Urbano, en 2020 alrededor de 87.3 millones de personas habitaban en zonas urbanas, lo que representaba el 69% de la población total del país. Estos procesos de urbanización han respondido a múltiples factores vinculados con la búsqueda de mejores condiciones de vida. Entre ellos se encuentran el acceso a empleos con salarios más altos, servicios básicos como el agua potable, atención médica y educación de calidad, así como la disponibilidad de áreas verdes funcionales y espacios recreativos, entre otros elementos que condicionan la calidad de vida de los pobladores.

Un gran sector de la población que vive en la ciudad cuenta con una buena calidad de vida; no obstante, en la realidad latinoamericana la vida urbana se caracteriza por una profunda desigualdad social. La heterogeneidad y el desorden en la distribución de mínimos de bienestar generan que, para una parte de la población, la experiencia urbana esté caracterizada por la pobreza, la exclusión, la inaccesibilidad a servicios esenciales y una creciente desconexión con el entorno social y ambiental (PNUMA, 2021).

La urbanización es concebida “como uno de los fenómenos que provoca los más importantes cambios a nivel socioecológico” (Swyngedouw y Heynen, 2003, citado por Rodríguez y Scarpacci, 2022, p. 7). Este fenómeno responde a las dinámicas impuestas por el propio sistema capitalista, denominado como “un sistema económico poseedor de un discurso socio-técnico-moral que se contrapone con la vida” (cita de López Ramírez, 2019, p. 105). Este modelo opera bajo una lógica de mercado donde el espacio urbano se convierte en mercancía y la planificación territorial está fuertemente influenciada por intereses privados.

Adicionalmente, los procesos de urbanización neoliberales, de acuerdo con Delgado (2024), favorecen la transformación desigual del espacio urbano. Esto quiere decir que la gestión urbana está condicionada por los grupos de interés poseedores de un poder político hegemónico para hacer a su disposición la planificación, instalación, equipamiento, mantenimiento y toma de decisiones en toda la zona urbana. Esto privilegia el desarrollo de puntos estratégicos de la ciudad que atraen mayor capital, dejando por un lado al sector popular. Bajo este mismo enfoque, Delgado menciona:

Constatamos ciudades o fracciones de estas que alojan economías potentes, con edificaciones, infraestructura y servicios de cierta calidad, y por el otro, aquellas que siguen creciendo en medio de la pobreza, el hacinamiento, la exposición desigual a contaminantes, a riesgos de diversa índole y a sus indeseables del suelo; donde la informalidad y la violencia estructural (tanto directa como simbólica) permean con fuerza; donde se carece la planeación y, cuando la hay, las capacidades para implementarla son limitadas. (2021, p. 25)

Guzmán y Madrigal (2015) relatan su postura ante los procesos de urbanización que viven en San Luis Potosí, donde mencionan que “la expansión urbana y la construcción de vivienda en su conjunto les permite apreciar una clara tendencia de segregación social definida por los arreglos espaciales: al sur y poniente fraccionamientos y áreas verdes para la clase media y alta y al norte y oriente viviendas de bajo costo e interés social” (p. 117). Un claro ejemplo del impulso de ciertos sectores económicos en zonas priorizadas por el capital.

Por lo anterior, los ciudadanos han quedado cada vez más a la deriva, han perdido capacidad política sobre el espacio urbano ante las fuerzas generadas por actores privados o gobiernos que priorizan la acumulación de riqueza. Esto ha contribuido a la configuración de un mundo moderno caracterizado por crecientes niveles de inseguridad, injusticia y desigualdad, donde predominan los intereses económicos y políticos por encima de la voluntad ciudadana. En este contexto, se consolida lo que Ulrich Beck (2003) denomina como sociedad del riesgo (citado por Toledo, 2015).

Ante esta situación, podemos decir que es de suma importancia transitar a otras formas de vida en la ciudad que sean más incluyentes y sostenibles por medio de la creación de lugares limpios, seguros y atractivos que fomenten una vida urbana vibrante, con la finalidad de mitigar las desigualdades sociales. Poniendo en relieve la construcción de infraestructura verde que proteja a las ciudades de las inundaciones y mitigue los efectos de contaminación térmica, acústica y atmosférica, como se señala en el informe de 2021 de las Naciones Unidas, GEO for cities.[2] Sin descuidar la integración de la acción colectiva en las diferentes etapas de los planes de acción, desde el diseño de propuestas, hasta la consolidación y apropiación de los cambios.

Desde el contexto de América Latina, particularmente en México, el espacio público y el área verde disponible por persona en las ciudades presentan un nivel de atención urgente para encaminar esta transición. En este sentido, el parque urbano se presenta como un instrumento sociocultural clave para el reconocimiento y la resignificación del espacio público, especialmente para los ciudadanos más vulnerables en el entorno urbano, visualizándolo como un elemento que potencia el poder político ciudadano y facilitador para reestablecer la relación humano-naturaleza y mitigar los daños ambientales.

Áreas verdes

En otro aspecto, el parque representa un regreso a las bondades de la naturaleza. Desde un enfoque histórico ambiental, “las áreas verdes urbanas son el hábitat de flora y fauna, y su estado de conservación se refleja en el tipo de especies que albergan ya sean nativas o exóticas” (De Gortari, 2022, p. 181). La biodiversidad está directamente relacionada con la calidad de vida de las personas que habitan en la ciudad, proporcionando una multitud de beneficios a partir de los servicios ecosistémicos y socioeconómicos, entre otras contribuciones de la naturaleza a las personas que permiten la viabilidad funcional de las ciudades, sus habitantes y el medio ambiente.

A nivel global, la contaminación del aire contribuye a la muerte prematura de 6 a 7 millones de personas (PNUMA, 2021). Una de las principales atribuciones de las áreas verdes es la captación de dióxido de carbono y la proporción de oxígeno por la vegetación como los árboles y el suelo, aminorando el efecto térmico producido por las islas de calor que cada vez son más frecuentes y la disminución de contaminantes en el ambiente.

Por otra parte, la infiltración de agua en el subsuelo disminuye el riesgo de inundaciones y posibilita el almacenamiento de agua para su uso en temporadas de sequía. Asimismo, las áreas verdes impulsan la conservación de la biodiversidad en el entorno urbano al tener la función de ser reservorios y corredores ecológicos entre las otras áreas verdes dentro y fuera de la ciudad, esto ofrece una mayor conectividad entre las especies con su hábitat fragmentado por las actividades antropogénicas (Vásquez, 2016).

Esto representa una medida de adaptación importante para las especies silvestres y, sobre todo, nativas, ante las modificaciones biológicas, físicas y químicas por los procesos de urbanización. La conservación de la biodiversidad procura la supervivencia de especies importantes como los insectos y aves, los cuales contribuyen a la polinización de los cultivos que se encuentran dentro y fuera de la ciudad (PNUMA, 2021).

Además, las áreas verdes urbanas impulsan significativamente la resiliencia ecosistémica, al amortiguar los impactos de fenómenos naturales como huracanes, lluvias intensas, incendios y olas de calor, facilitando la recuperación de las condiciones biofísicas del ambiente. En suma, un aumento en la cobertura vegetal urbana, acompañado de una planificación territorial adecuada, favorecen drásticamente la conectividad ecológica entre los distintos parches verdes, lo que a su vez potencia la capacidad de adaptación y recuperación del entorno frente a crisis ambientales. Así, las áreas verdes no sólo representan beneficios inmediatos, sino que también son clave para garantizar la sostenibilidad a largo plazo de las ciudades.

Es importante mencionar que la distribución desigual de los espacios verdes en las ciudades implica igualmente un aprovechamiento desigual de los beneficios que estos ofrecen. Por ello, es necesario recalcar el adecuado diseño y distribución de las áreas verdes en las ciudades bajo un enfoque de equidad social; de esta manera, pueden reducir los niveles de vulnerabilidad de las poblaciones con menores ingresos, las cuales están mayormente expuestas a los distintos riesgos y afectaciones climatológicas. Además, incentiva el fortalecimiento del tejido social (Grinspan, Pool, Trivedi, Anderson y Bouyé, 2023).

Parque urbano

Los espacios públicos son espacios de relaciones sociales, “tradicionalmente se entienden como parte del dominio público que mantiene un uso colectivo, por ser accesibles, ser utilizados de múltiples formas, facilitar la intensidad de los contactos sociales y favorecer la creación de identidad social y el sentido de comunidad” (De la Torre, 2015, p. 496). Dentro de los principales espacios públicos que conforman las ciudades podemos encontrar calles, centros recreativos, culturales, deportivos, comerciales, plazas, jardines y parques. Estos elementos pueden o no ser infraestructura abierta, o sea, al aire libre. Su importancia radica en la susceptibilidad que poseen de ser apropiados por representar espacios simbólicos y por sus condiciones propias que buscan mejorar la calidad de vida de las personas. Cabe destacar que, la visión de Ostrom (2014) sobre los espacios públicos como bienes comunes, reconoce al parque como un conjunto de recursos naturales, infraestructura y prácticas de uso, gestión, apropiación y control que son compartidos colectivamente por quienes los utilizan y participan en su gobernanza (citado por Sánchez y Martínez, 2021).

El parque urbano es un espacio público que promueve la convivencia entre diferentes estratos sociales a través de actividades físicas y recreativas principalmente. Los parques urbanos con áreas verdes son espacios al aire libre de diferentes escalas que cuentan con una cobertura de vegetación parcial o total y están disponibles a los usuarios directa o indirectamente. Sus conceptualizaciones varían entre los comunitarios y municipales (Martínez, Silva y González, 2020).

Algunos autores conciben los parques como parte indisociable de la transformación social positiva o negativa, a través de los procesos de interacción entre la naturaleza y los seres humanos. Su origen histórico se sitúa en el siglo xviii. En la antigüedad, la aristocracia y burguesía poseían extensos jardines para su uso particular, a los que se les destinaban actividades para su reposo, descanso, juegos amistosos y exhibición. Eventualmente, estos espacios fueron abiertos para el público y para finales del siglo marcaban las transformaciones no sólo de la estructura social, sino la fisonomía de las ciudades. Para el caso de América Latina, fue hasta el siglo xix, que cobró un carácter municipal y asequible para toda la población (Capel, 2002, citado por De Gortari, 2022).

Para otros autores, el parque urbano es un producto moderno propio del siglo xix, el cual estaba fuertemente ligado con los procesos de metropolización en aquella época. Para las ciudades marcadas por el romanticismo, el parque representaba un pequeño fragmento del campo en la ciudad que proporcionaba alivio al contrastante panorama del ruido, contaminación, entorno gris, sucio y ominoso característico de la ciudad. Recientemente, especialistas que han estudiado los parques, sus funciones bondadosas y su potencial de cambio en el siglo xxi, lo interpretan como un espacio físico, cargado de representaciones, simbolismos y creencias, los cuales obligan a pensar en el bienestar por la relación que mantienen con la naturaleza. Conjuntamente, estos ecosistemas culturales fomentan historias, valores e interrelaciones entre poblaciones contemporáneas de un lugar determinado (Webb, 1996; Low, Taplin y Sheld, 2005; García, 2010; citado por Aguilar Dubose, 2022).

Desde estas perspectivas, se entiende que el parque significa mucho más que un simple equipamiento decorativo, estético y culturalmente empobrecido. Balbuena y Anaya (2010) lo consideran como “una expresión concreta de aquellos condicionamientos históricos, económicos, políticos, sociales y culturales que caracterizan a una sociedad” (p. 30). En estos, las atribuciones de significado y formas de socialización se dan a través de las actividades tanto individuales como colectivas de los individuos, las cuales configuran los elementos socioculturales de un lugar (citado por Aguilar Dubose, 2022).

Por otro lado, aún con el nivel de representatividad sociocultural que estos espacios figuran, los ciudadanos carecen de poder político para tomar decisiones en torno a ellos. Paradójicamente, los parques urbanos están destinados para los ciudadanos y muchas veces estos mismos son quienes menos participan en cualquiera de las etapas de su consolidación. Por ello, resulta esencial incorporar a los usuarios del parque, o sea, a los ciudadanos, en la toma de decisiones desde su diseño, construcción y gestión, y que puedan tener la posibilidad de colaborar en las labores de mantenimiento, si así lo desean (Aguilar Dubose, 2022). Esta participación activa fortalecería significativamente el vínculo entre la comunidad y el área verde, además de comprender de manera más precisa las necesidades reales de quienes utilizan el parque, enriqueciendo el proceso con una mayor creatividad.

Siguiendo la postura de la ecología política urbana, es importante recalcar que la participación ciudadana tiene que guiarse bajo esquemas de gobernanza. Lo que quiere decir que la toma de decisiones en torno al parque urbano se realice a través de procesos horizontales que garanticen equilibrar las dinámicas de poder. Se ha demostrado que las otras formas de ejercer la democracia a menor escala, como la democracia participativa, en comparación de la democracia formal electoral, han logrado alcanzar una mayor efectividad (Toledo, 2015). La democratización de los parques urbanos desde el poder colectivo y descentralizado toma una fuerza emancipadora con la capacidad suficiente para hacerle frente a las dinámicas de desigualdad en el mundo contemporáneo.

Reflexión final

El espacio público es y seguirá siendo uno de los principales elementos que constituyen a las ciudades. A medida que estas continúen expandiéndose, también lo harán las transformaciones de territorio junto con las afectaciones ecológicas y sociales que está expansión implica, como el cambio de uso de suelo, la contaminación del aire y la pérdida de biodiversidad. Frente a las desigualdades impuestas por las dinámicas de urbanización y el significativo deterioro ambiental derivado de las lógicas del capital que se han perpetuado hasta nuestros tiempos, desde la comprensión de la ecología política urbana, el parque urbano cobra un protagonismo para la resignificación del espacio público, revelándose como una herramienta de transformación con un inmenso potencial político, ecológico y social.

Desde esta perspectiva, el parque urbano constituye una infraestructura ecológica y cultural, donde emergen dinámicas de poder, mantiene un uso colectivo por ser accesible, favorece la creación de identidad social y promueve la convivencia de sus usuarios. Sus funciones bondadosas van mucho más allá que el aspecto estético, las múltiples aportaciones que las áreas verdes proveen son sumamente importantes para mitigar los efectos del cambio climático que, como bien se sabe, son cada vez más fuertes con el paso del tiempo. Se necesita cobertura vegetal para minimizar las altas temperaturas y filtración del agua en el subsuelo durante las lluvias intensas. Además, fomenta la conservación de la biodiversidad al procurar el hábitat de especies de flora y fauna, principalmente las nativas. 

Es fundamental recalcar que para la ecología política urbana la participación activa de la ciudadanía en la toma de decisiones es un eje clave. Por ello, es necesario democratizar la gestión de los parques urbanos desde el poder social bajo esquemas de gobernanza que busquen una transformación colectiva y que sea trascendental. 

Esto impulsaría el sentido de comunidad, buscando equilibrar el derecho a una ciudad justa fortaleciendo el vínculo entre la ciudadanía y la naturaleza dentro de las áreas verdes. La resignificación del espacio público, a partir del reconocimiento político y ecológico del parque urbano, puede modificar el rumbo de las sociedades de riesgo que caracterizan a las ciudades del siglo xxi y encaminarlas hacia territorios más justos, con personas capaces de ejercer plenamente su derecho a la ciudad —sobre todo quienes han sido más vulnerados— que vivan dignamente en entornos saludables, con aire limpio y en convivencia con los demás seres que habitan el planeta. Más que un mero escenario, es la expresión de los valores y sentires de una sociedad mediante su vínculo con la naturaleza.

Referencias

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[1] Estudiante de la licenciatura en Ciencias Ambientales y Desarrollo Sustentable de la Universidad Iberoamericana Puebla.

[2] El Sexto Panorama de las Ciudades (GEO-6) del Medio Ambiente Global fue publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos en el 2021.

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