El problema del capital natural y la ontología ecoliberal.

Lawrence Moisés Alexander López Ganem[1]

Antes del mercado, el objeto no tiene ni linaje ni genealogía; más allá del mercado no conoce sino la degradación y la muerte.

Santiago Alba Rico

Resumen: El objetivo de este artículo es analizar críticamente la noción de capital natural, concepto central en el ambientalismo dominante del desarrollo sostenible. Afirmamos que su lógica economicista radicaliza la mercantilización de las relaciones organismo-ambientales y conduce a lo que denominamos panteísmo de mercado: una radical sustancialización del valor que busca identificar naturaleza y capital sin mediación hilemórfica del trabajo. Para ello, recurriremos a una metodología basada en el análisis conceptual y la revisión crítica de documentos oficiales (como documentos del fmi y de BBVA), así como de marcos teóricos clásicos (hilemorfismo, teoría del valor) y contemporáneos (neoliberalismo, economía verde). Por esta vía, desarrollaremos una ontoepistemología crítica del capital natural. Entre los aportes de este trabajo, destacamos 1) la explicitación del desplazamiento sustancialista que presenta al valor-capital como sustancia universal, anterior a toda producción, y por tanto al trabajo en su clásico papel de mediación hilemórfica entre lo humano y la naturaleza; 2) la caracterización del capital natural como dispositivo ideológico performativo que legitima nuevos “mercados verdes” y mecanismos de acumulación por despojo, y 3) la propuesta del concepto de “panteísmo de mercado” para describir la pretensión totalizante del capital natural, en la que la naturaleza ya no es mera materia pasiva sino capital en sí misma.

Palabras clave: capital natural, panteísmo de mercado, sustancialización economicista, hilemorfismo de mercado, economía verde.

Introducción

Este artículo se enfoca en el problema del capital natural (CN),[2] noción clave en la comprensión de las pretensiones de absolutización economicista sobre las que descansa el ambientalismo de la “economía verde”, al que también denominaremos ecoliberalismo. Como se expondrá en estas páginas, el sentido del cn contrasta con el contenido del epígrafe de Alba Rico citado al inicio, el cual se inscribe en una de las órbitas más ricas del discurso crítico de la economía política contemporánea. Veremos cómo, desde el hilemorfismo económico-político clásico —que involucra los procesos de producción y mediación del trabajo, actuantes sobre una naturaleza entendida como recurso inerte y fundamentalmente pasiva— se transita hacia lo que bien puede denominarse la “ilusión” economicista del CN: una formulación con alto potencial performativo que propone una suerte de paleontología del valor como capital, en la que el valor-como-capital y naturaleza aparecen como idénticos entre sí. Este tránsito representa un avance decisivo en la sostenida insistencia histórica, por parte de la economía-política dominante, de presentarse como el campo de tematización de una serie de “metáforas” de la naturaleza (Mirowski, 2018), o, más precisamente, buscando presentar al mercado (insistencia que no es nueva, pero que ahora se radicaliza) como un dispositivo natural de autorregulación espontánea tendiente a un equilibrio estable que también conllevaría equilibrios ecológicos derivados, por ejemplo, del movimiento de la tasa de interés, de acuerdo con el planteamiento de las reglas de Hotelling (Arizmendi, 2009; Altvater, 2005).[3]

La noción de cn puede comprenderse como una manifestación de sustancialismo economicista (SE), particularmente importante en el marco del desarrollo sostenible (DS), dado su fuerte atrincheramiento en la emergencia de nuevos “mercados verdes”. Estos se diseñan para dar continuidad y garantizar la transferencia de excedentes y recursos de las periferias hacia los centros, como parte de las nuevas estrategias corporativas de despliegue global neoextractivista (Serratos, 2023; Svampa y Viale, 2020). Tales estrategias se basan tanto en la redefinición de las modalidades de renta de la tierra para la “acumulación por desposesión” (Harvey, 2005) como en las emergentes manifestaciones de la renta tecnológica (Echeverría, 2010), centrales en la reconfiguración pecuniaria que convierte la crisis civilizatoria en un emergente locus de extracción de plusvalor por vías económico-políticas y productivo/destructivas renovadas (Lander, 2019). Estas configuraciones, que comenzaron a perfilarse desde los años 70 del siglo pasado, han dado lugar a un agresivo planetary management: la administración tecnocrático-autoritaria del planeta como respuesta a la crisis económico-política de aquella década (Arizmendi, 2009), orientada al relanzamiento de la tasa de ganancia mundial mediante los mecanismos de acumulación por desposesión elevados al rango de “regla” económico-política (Harvey, 2005).

En este escenario, conviene anotar que la idea de cn resulta de particular relevancia en al menos tres sentidos iniciales:

1. Vehicula la imagen de la continuidad inquebrantable del sistema lineal naturaleza-recurso/producción[4] en el contexto del colapsismo negacionista neoliberal,[5] abanderado por la tendencia dominante del “management fosilista” (Arizmendi, 2009).[6] Se trata de una noción propia del “realismo capitalista” (Fisher, 2009), para el cual lo “real” —incluso frente a la crisis socioecológica planetarizada, trivializada por los negacionismos estatales y corporativos y su apuesta por el reduccionismo economicista del DS— es la pervivencia y la emergencia de nuevas formas de capital; el cual, en su representación como CN, aparece como una suerte de sustancia universal, imperecedera, más allá de las contingencias de la historia (guerras, catástrofes por hambre y pobreza, crisis de sobreproducción, reestructuraciones geopolíticas, pandemias, etc.), que ya no aparecerán como extensiones de los ciclos reproductivos del capital, sino como exterioridades respecto a su despliegue, debido a la “naturaleza humana” desbocada o a las imperfecciones propias de un sistema (el del capitalismo), cuyo curso lineal de reactualizaciones progresivo/evolutivas, con profundas consecuencias destructivas, aún no ha alcanzado su máximo desarrollo.

2. Dentro de la matriz generativa de la ideología asociada a la filosofía social y política neoliberal, el CN opera en la dialéctica viejo/nuevo, presentándose como una suerte de acontecimiento rupturista y novedoso para sus ideólogos (Lovins, 2001; Schumacher, 1976), que anuncia una nueva época: la del “cuidado” neoliberal (tecnofundamentalista y milenarista) de la naturaleza-recurso (Lovins, 2001), cuando en realidad está inscrito en la lógica del viejo orden existente (Žižek, 2003; Bensaid, 2010; Arias Henao, 2023).

3. El CN muestra los límites de la “internalización” posible de la dimensión ecológica en la economía dominante (incluso en su variante “ambientalista”), que hoy por hoy pasan por el se consistente en la reducción de la comprensión de la crisis ecosocial mundializada a meras variables de crecimiento o mercado: esto es, la crisis ecosocial, reducida a un puro “fracaso de mercado” (Stern, 2007). La catástrofe ecosocial ha aparecido primero como contingencia por completo externa, ajena al núcleo duro de los hechos económicos (siendo una pura “externalidad”), pero de la mano del SE del DS y su “economía verde”, se operacionaliza su internalización, por medio de su reducción a variable económica de mercado: se incluye así en el conjunto de los valores de mercado, viendo reducidos sus potenciales a los de la ilusión de los equilibrios estables propios del monologismo neoclásico dominante.

 

Pero hasta aquí contamos tan sólo con una imagen incompleta de la pretensión totalizante del CN; porque, desde la ontología que avanza, la crisis ecosocial mundializada ya no asomará como la consecuencia indirectamente presente de la producción sostenida de valores de cambio que, finalmente, la “economía verde” internaliza “éticamente” por medio de su monetización (impuestos por derechos de contaminación, por ejemplo), sino que hará aparecer una pretendida totalidad-capital como interioridad ontogenética dada en calidad de momentuum apriorístico, es decir, como fundamento que antecede a la producción/trabajo aplicado sobre (y partiendo de) la asumida como materia/pasiva/natural. El capital como valor abstracto inmanente no se da por la mediación-trabajo, sino que la antecede, es su fundamento; el valor que se valoriza es, constitutivamente, la sustancia antecedente de toda potencialidad pensable como subyacente a cualquier “naturaleza”, o, en un sentido más preciso, a toda relación organismo-ambiental. Precede, por ende, a toda producción, misma que, en su efectivo acaecer, tan sólo lo reactualiza. El cn es de tal manera exhibido como expresión prepolítica (precontractual y preestatal) de una operación sobre la esencia de lo existente. El capitalismo no produce un mundo de atributos puramente cuantitativos para el intercambio partiendo de la naturaleza (clásico terreno de lo exterior al capital y su punto de partida invisibilizado bajo la imposición ontoepistémica del trabajo como categoría transhistórica), sino que es operación de reactualización racional de la esencia-como-valor-abstracto, esto es, del CN, entendido como cualidad primaria de todo lo existente. Con el CN, se trata de la cualidad (capital como sustancia universal que cohesiona y armoniza lo existente) antes que de la cantidad (medida como valores de cambio concretos puestos para el intercambio ontogenético).

Además de los problemas que el CN plantea como elemento ideológico o las potencialidades performativas que pueda presentar, es importante indicar que dicha expresión está directamente ligada con las prácticas de reproducción de lo económico como poder y de su capacidad para reconfigurar las condiciones materiales de la reproducción social, manifestándose como un poder de dominación que actúa sobre el “entorno” del sujeto (Mau, 2023) o, más complejamente, sustancializando las posibilidades del devenir en el entramado individuo-deviniente/medio asociado (Simondon, 2015), inherente al despliegue organismo-ambiental del mundo de la vida en su totalidad.

Así, la absolutización económica, ontoepistémica, de la catástrofe organismo-ambiental, según hemos visto, consistirá en reducirla a problema económicamente racionalizable (lo que es una operación del SE), ontológicamente metabolizable por la mercantilización dada en el proceso de intercambio, momentum ontogenético, constitutivo del mundo social del capital. No obstante, con la noción de CN, el planteamiento avanza hacia una mayor absolutización del valor, pues se indica que la forma de valor propia del capital estará ya presente como esencia de lo existente, de tal suerte que se generará un desplazamiento en las operaciones de hilemorfismo de mercado (HM), pues la técnica económica no producirá valor a partir de una materia bruta sin dignidad ontológica, sino que esta última será ya en sí misma valor como capital. El HM se conserva así problemáticamente, casi diluido (pues la “forma” ya está dada), y partiendo del desplazamiento ontológico del CN, devendrá paleontología del valor, no esclarecimiento estandard en torno a la techné/trabajo necesario para producirlo. El HM opera sobre el valor abstracto “natural” por el camino de una reactualización acorde a las necesidades de la forma mercado en turno, y para reinstituir lo “social” fetichista mediante cada nueva fase y escala de intercambio.

Conviene en este punto, para comprender adecuadamente nuestro problema, revisar algunos antecedentes y presentaciones particulares del CN.

La idea del valor abstracto como anterioridad esencial: el CN y la paleontología del valor

Avanzada y popularizada corporativamente para hacer referencia al “valor oculto de nuestro entorno” (BBVA, 2023), la noción de CN se sitúa en el centro de la “economía verde”, la cual se posiciona como nuevo eslogan comunicativo del crecimiento y el DS en la conferencia del PNUMA conocida popularmente como Río+20. En dicha ocasión, se declaró que el CN tiene la función de prodigar servicios ambientales (y no más “funciones ecosistémicas”) para el “crecimiento económico sostenido e inclusivo” (UN, 2012).

En el CN, la comprensión de la naturaleza aparece como reducible a la de la racionalidad económica, operación que se exhibe como solución adecuada a la narrativa mercadológica del cambio climático (BBVA, 2023). Así, en un relativamente reciente material de difusión del FMI, se asegura que: “Tenemos que tratar el mundo natural como trataríamos el mundo económico, es decir, protegiendo el capital natural” (FMI, 2019),[7] y, frente a la crisis ecosocial contemporánea, presentar “soluciones concretas que ofrecen oportunidades de crecimiento, impulsadas por la innovación tecnológica, la inversión sostenible y un sector privado dinámico” (FMI, 2019, p. 2). En el discurso del FMI, además, es precisamente la economía la que, con funciones casi augurales, puede comprender adecuadamente el problema:

Esto es algo que los economistas pueden apreciar: la importancia de reducir al mínimo el desperdicio, de aprovechar las ventajas que ofrece la eficiencia y de reflejar adecuadamente los costos en los precios, incluidos los costos impuestos a la totalidad de nuestro recurso compartido, el medio ambiente. (FMI, 2019, p. 5)

En la medida en que la paleontología de valor —que supone la emergencia de la noción de CN— sea integrable como modalidad ontoepistémica de subsunción para la reproducción continuada del efectivo stock de mercancías para el intercambio, se alcanzará el estado de “sostenibilidad” que la “economía verde” promete. Esta sostenibilidad se materializa bajo la forma de un “crecimiento sostenido” que no sólo busca mitigar las consecuencias económicas del “cambio climático”, sino también relanzar el mercado hacia el futuro por medio de “mercados verdes” emergentes, alineados a los intereses del gran capital fosilista.

De esta manera, el CN se asocia con una metafísica de futuros siempre relanzados más allá (como crecimiento sostenido), sostenidos sobre la hipótesis de mercados que funcionan en condiciones de optimalidad y de subsunciones gestoras del “desperdicio” asociado al “acceso libre”. Este trasfondo intelectivo remite a diversas manifestaciones de una economía de gestión mercadológica de desastres, anclada en el reformismo tecnocientífico contemporáneo y sus tendencias a un populismo tecnomesiánico reaccionario (como en el caso del denominado “ecomodernismo”).

Schumacher y el CN como dación ontológica del mundo

Por otro lado, encontramos que el término CN es anterior al propio ds, que luego lo integrará en sus prácticas de diseño de mercados “verdes”. Ya en 1973, en el clásico Lo pequeño es hermoso (Schumacher, 1983), el autor hacía referencia al “capital irremplazable que el hombre no ha creado sino simplemente descubierto[8] y sin el cual nada puede hacer” (p. 14). Schumacher añadía que dicho CN, en cuanto manifestación económica de “esta empresa realmente grande, la Nave Espacial Tierra”, ha sido “descuidado”, debido a que, para la visión económica dominante (la de la ilusión del crecimiento infinito), la naturaleza-materia, o “todo aquello que no hemos hecho nosotros mismos, es algo sin valor” (p. 14). Esto deriva de la concepción señera, según la cual, la base de la riqueza social no es otra que el trabajo (que da forma a la naturaleza) y no la naturaleza-recurso (el input que es objeto de formación en cuanto materia). Schumacher atribuye esta posición —de forma discutible, según creemos— a Marx,[9] crítico del liberalismo. Además, el economista poskeynesiano afirma que el “capital proporcionado por la Naturaleza es mucho más importante que el aportado por el hombre” (p. 14).[10]

Tal consideración es notable: se trata de una defensa económico-prudencial del CN que posiciona a la naturaleza (en su consideración de materia sustancializada) como capital en sí misma, sin requerir una morfogénesis técnico-económica por medio del trabajo para devenir valor. El CN, como sustancia-naturaleza, es anterior a cualquier afección posible y pensable.

Tal planteamiento temprano de Schumacher pervive hoy día, aunque el ds contemporáneo no cuestiona las ideas de crecimiento infinito y mercados autorregulados que el economista alemán desarrolla sugerentemente en su obra pionera al hacer referencia a las modalidades “irracionales” de explotación del cn. Además, en el contexto del capitalismo verde, la sostenibilidad realmente existente presenta al mercado como agente de cuidado de dicho CN, cosa que Schumacher no aceptaría de inicio y propondría en cambio una reforma de tales mercados en clave protodecreciente.

Para Schumacher, la presentación del CN se asocia con la necesidad de una refundación productiva del cuidado del mundo como cosa económica escasa (siendo esta la definición que da el autor a la categoría de “capital”, en un sentido aún atravesado por la racionalidad mítica de mercado). Es, en este sentido, una suerte de reformismo roussoniano que constituye una apologética indirecta del sistema productivo, pero que repudia la conservación acrítica de sus preferencias destructivas vigentes. Para cuidar a la naturaleza, en el contexto del DS, ella debe ser, primeramente, inteligible como y reducible a CN. En Schumacher, esta idea —dirigida al horizonte de un nuevo “contrato social” protodecrecentista— es expuesta hoy con un sentido radicalizado, indicando que “si despilfarramos el capital representado por la vida natural[11] que nos rodea, amenazamos la vida misma” (p. 16). La indicación es notable: es la “vida natural” en su conjunto la que representa al capital… y no al revés. La realidad es el capital-como-sustancia-universal; la denominación de “naturaleza”, en cambio, parece remitir a una simple dimensión estética y contingente de este mismo capital. La objetividad está puesta en el capital, lo demás es mera valoración pseudorracional. El capital es la condición objetiva del mundo, apropiable para el pseudosujeto del mercado, locus regulativo donde se suman los estados mentales individuales, acotadamente racionales y puestos para el intercambio.

Con este trasfondo, podemos suponer que la sostenibilidad ambiental, en términos oficialistas, sólo sería posible mediante la reducción de la naturaleza a CN; es más, esta sostenibilidad economicista (la del DS) únicamente es posible mediante la radicalización ontoepistémica del se de las relaciones organismo-ambientales, que serán, por tanto, ya en sí mismas, valor económico.

Por la vía indicada, el CN va a aparecer como la expresión de una cualidad primaria, inherente a lo que existe como materialidad bruta con potencia, y el descubrimiento de tal cualidad ha de llevar a la vez a la redefinición del mercado, que no será ya espacio de expolio y destrucción insostenible e irracional del CN, sino el verdadero locus renovado de su cuidado, pues aquí naturaleza y economía se funden en una sola sustancia de valor abstracto, verdadero viaje a la semilla: el retorno al origen es el retorno al capital-como-valor-abstracto.

Todo esto redunda en un contraargumento frente a la crítica de izquierdas que no debiera ser desdeñado sin más, y es que, como se ha sugerido antes, el mercado se presenta ahora como “agente” de cuidado, de generación de dignidad ontológica para todo aquello que, siendo ya esencialmente CN, viene a sumarse como mercancía puesta para el intercambio. El problema no sería, en definitiva, el mercado, como acusa la crítica antiextractivista y posdesarrollista, sino la irracionalidad societal extramercadológica, es decir, la irracionalidad de todo aquello que supone prácticas exteriores al mercado (sea como acceso libre, propiedad comunal, etc.). El problema es, parafraseando a Hinkelammert, el rechazo “irracional” a la “totalización totalitaria del mercado”.

Volviendo a Schumacher, desde su perspectiva reformista, dado su espiritualismo economicista (p. 20) y su defensa de una economía microsubsumiente (es decir, en decrecimiento, liberal “budista” (p. 45)[12] y micro-destructivo-creativa, de microproducción, y arrojada para su reforma ecogestionaria al autosacrificio limitativo del animal humano, irrefrenable y egoísta por naturaleza) y no ya macrovalorativa-destructiva, hiperentrópica y excesiva, no será necesario proceso de formación de capital alguno, pues el capital habita ya de facto en toda materia; es anterioridad que encierra las potencias de un mundo realizable por mediación del mercado, en cuanto fase del intercambio ontogenético de lo social.

Es por esta vía que el mercado puede ser visto como agente paleontológico del valor latente —ya germinalmente existente, natural-sustancial— y como entidad metaindividual que traduce para el individuo al mundo —irracional, en su presentación como escasez absoluta —a su esencia de valor—, así racionalizada como escasez relativa, más allá de cualquier ser per accidens no económico, haciéndolo inteligible para el Homo economicus y su racionalidad acotada. Ello es posible porque la materia bruta es ya capital, sin necesidad de haber pasado por operación de formación alguna: es el capital presentado como prerracional y prepolítico.

De esta manera, podemos dar cuenta de un recambio en la modalidad subsumidora del hm, que ahora aparece como paleontología del valor como capital, para su correcta conducción crematística y su reactualización para el intercambio. No hay, en consecuencia, mera bipolaridad progresiva en dirección de la forma de valor, pues esta última ya está dada como “naturaleza”, como anterioridad ontogenética, como punto de partida; por ende, no hay tampoco horizonte de valor que se realice por mediación técnica alguna ni por el trabajo sustancializado y sustancializante, pues tal valor es ya potencia natural, determinación determinante indeterminada.

Nos parece que, en este sentido, el trabajo es presentado como forma reactualizadora del cn/materia para el tiempo históricamente concreto de la producción, es decir, de la producción tiempo/espacialmente situada. Es trabajo que reactualiza al cn para las afecciones históricas del sociometabolismo del mercado en lo que hoy se nos presenta como “economía verde”, “capitalismo verde”, etc. El trabajo ya no es más mediación entre capital y naturaleza sino tan sólo instrumento reactualizante, peleontológico, para operacionalizar la metafísica que va del valor-1 (como anterioridad/ CN) al valor-2 (output de mercado puesto para el intercambio).

Podemos agregar que, por esta vía, la idea misma de “internalización” en la economía aparecería como trivial, pues no podría internalizarse lo que ya era interno por naturaleza, es decir, la totalidad organismo-ambiental, que sería ya en sí valor como cn. Desde esta perspectiva, el debate dado por la economía ambiental sobre la necesidad de internalizar los daños ecológicos monetizándolos mediante estrategias de pagos por “servicios ambientales” (Martínez y Roca, 2018) no sólo aparece como limitado, sino incluso se torna fútil si su carácter no es meramente crematístico, puesto para la acumulación por despojo y nunca para afectar a los “mercados”. De lo que se trataría, en cambio, es de la tarea de dominación ecosocietal destinada a hacer aparecer los “mercados verdes” como una forma “natural” de gestión de desastres, como la vía plenamente consciente para tratar con la crisis ecosocial, que, en la reelaboración del CN, no es ya lo externo-contingente, sino la propia sustancia universal en la que todo confluye y desde la cual todo parte. La noción de CN es la pretendida racionalización, conscientemente explicitada, de tal supuesta “verdad” del ser del mundo.

En tales condiciones, como se ha indicado antes, la economía verde del DS, aparece como conciencia, responsabilidad y como economía del cuidado. El capital-naturaleza siempre ha estado ahí, por tanto, hemos de “cuidar” lo que siempre dormitó frente a nosotros y que, diría Schumacher, carecía de importancia frente a la dominancia del paradigma naturaleza-renta.

De la representación relativa al CN, se deriva que la economía no produce valor, sino que lo descubre ahí donde ya preexiste como anterioridad y ello para luego colonizarlo, dándole contenido racional a través del intercambio. El desplazamiento es de suma importancia en este sentido. En la “apologética indirecta” (Lukács, 1968) que es propia del CN, no hay exterioridad (Lévinas, 2002) respecto a la totalidad del capital ni en el “trabajo vivo” (Marx, 2007) ni en la hipotética “forma natural” de la existencia social (Echeverría, 1998), pues tal CN es ya de suyo nuestro “paraíso perdido”, sustancia universal sin fugas posibles (totalización totalitaria), y no el a posteriori crítico constitutivo, producido de la cosmología mecanicista y cuantitativista del mundo que tantos han indicado como propia de la modernidad capitalista. Tal es la ilusión que presenta el CN.

Con la noción de CN, la exterioridad respecto a la relación-capital es relegada a la prerracionalidad económica, mero error ontológico y problema originante de la crisis “medioambiental”, del “cambio climático”, etc. De aceptar tales postulados, nos encontraríamos con que la crítica erraría al pensar en alternativas necesarias frente al sustancialismo capitalista, pues el problema radicaría en no haber permitido al sociometabolismo dominante, a plenitud, reactualizar el sociometabolismo del capital en función de lo que ya preexistía como capital; el problema no es el capitalismo y sus lógicas depredadoras, extractivistas, etc., sino el freno a su realización sin cortapisas.

Debido a lo anterior, podemos hablar de un milenarismo claramente avanzado mediante la idea de CN: el objetivo del reencuentro del capital consigo mismo (de la naturaleza consigo misma) en la forma de CN, tan sólo postergado por las contingencias históricas que entorpecen la tendencial totalización del capital, será el fin de la historia. El cuidado mercadológico del capital, expresado en la noción de CN, anuncia, nuevamente, el fin de la historia. Podría decirse que Fukuyama tenía razón, sólo que no supo identificar el momento preciso de tal supuesto fin, que no vino de la mano de la vuelta de siglo postsoviética y el ascenso del neoliberalismo, sino que llega abanderado por el ecoliberalismo de la economía verde. Nuestro “delito” colectivo, desde tal perspectiva, radicaría en el estar fuera de la economía dominante, fuera de su cuidado crematístico, lo que constituye una insensatez: dado que el CN es ya sustancia universal, la resistencia a la sustancialización económica de valor aparece como gesto que muestra una extrema irracionalidad (una suerte de resistencia inútil a ser lo que ya se es), opuesto al progreso, bienestar individual, equilibrio social, etc.

En nuestro presente, por otra parte, no es el afuera de cualquier economía, sino la exterioridad insensata respecto a la economía verde neoliberal la que se torna ahora problemática, dado que tal ambientalismo economicista busca presentarse como siendo expresión de la naturaleza, o, en otras palabras, señalando la identidad de naturaleza y mercado, que serían una y la misma sustancia. Dada esta identidad, y frente a la coyuntura crítica actual, resulta prudente dejarse subsumir lógicamente en la ontología de la sostenibilidad del CN. En la obra de Schumacher, pionera en varios sentidos, es de hecho esta virtud, la prudencia, aquella que habrá de gobernar serenamente en la ontología del cn (pp. 255 y ss). Es ella el centro de lo que podemos denominar como su eticismo sostenible, consistente en el paso de la reducción de la totalidad organismo-ambiental a renta ilimitada (la vía del macrocapitalismo, monológico-industrial del crecimiento infinito y macro-tecnofílico-destructivo), hacia la reducción de ésta a CN (microcapitalismos locales del crecimiento acotado y micro-tecnofilico-destructivo-creativo) para su prudente cuidado (p. 14). Tal es el sentido de la expresión “lo pequeño es hermoso” en Schumacher.

La visión de este economista, aunque toca cuestiones muy importantes para el debate ecosocial —decrecimiento, irracionalidad del crecimiento infinito, crítica del reductivismo cuantitativo de la economía mainstream, crítica del economicismo positivista y del fundamentalismo de las mercancías, etc.—, se encuentra limitada, no sólo por su propio contexto histórico de formulación (Guerra Fría), sino por su reformismo económico, que apunta hacia una reconciliación entre producción y “capital natural”, dada en términos de un microcomunalismo de pequeñas unidades económicas de mercado con miras a un capitalismo reformado por una vía “budista”.[13] El autor basa su propuesta en la idea de un necesario retorno a un “nosotros mismos” olvidado (pp. 8-38) (supuesta esencia humana que estaría más allá de los excesos del hiperconsumo de la sociedad industrial), subyugado por el capitalismo realmente existente, y defiende la necesidad de un nuevo contrato social, fundado en la prudencia contemplativa y en una suerte de educación roussoniana que pueda reconducirnos dentro de los límites del sistema; y corregir los excesos depredadores sobre la naturaleza que son propios del capitalismo, además de aquellos otros, igualmente insostenibles, de la variante estalinista. El economista alemán describe lo que considera es la fantasía excesiva del productivismo económico destructivo (sea capitalista o pseudosocialista): creyendo haber vivido más allá del estado de naturaleza, en realidad no hemos hecho más que profundizarlo tecnoeconómicamente; para nosotros, el veloz despliegue de las fuerzas productivo-destructivas hizo dormitar la posibilidad consciente de la explotación prudente del mundo como CN. Se trata de una reconciliación entre una visión tecnoeconómica de mercado y una suerte de new age económico microproductivista (economía de lo “pequeño”) frente a los excesos del industrialismo del crecimiento infinito.

El de Schumacher puede verse, por otra parte, como un antecedente heterodoxo del posterior economicismo “verde” que acelerará decididamente su proceso de institucionalización global a partir de la década de los ochenta del siglo XX con el DS. No se puede hablar estrictamente de herederos, ya que la mayor parte de la crítica de Schumacher a la lógica economicista dominante ha sido abandonada o francamente ignorada, pero sí de la insistencia en la conciliación entre desarrollo económico y sostenibilidad que caracteriza a la oleada de ambientalismos economicistas que habrán de seguir —aunque en variantes empobrecidas y carentes de la crítica de este autor a la destructividad socioecológica de las fuerzas productivo/destructivas— con la celebración decidida del mercado y en detrimento de la dimensión socioecológica de la existencia, ajenos a los cuestionamientos que Schumacher hiciera al desbocamiento e institucionalización del “individualismo y la irresponsabilidad” que éste representa (1983, p. 38).

Lovins y el panteísmo de mercado del CN

Una de las reelaboraciones celebratorias más difundidas de la noción de CN posteriores a Schumacher se encuentra en el publicista del denominado “capitalismo natural”, Amory Lovins, para quien “las compañías más innovadoras ya han comprendido que el ahorro de energía y desperdicios no es sólo una acción ecológica. También puede ser un gran negocio” (2001, p. 27). Según Lovins, el “capitalismo natural” introduce la idea de que ha existido una “absoluta ausencia de la gente y la naturaleza en el concepto de ‘capital’ usado en la ideología del comercio” (2001, p. 27) y, no sólo eso, sino que la economía sería “una subsidiaria poseída totalmente por el medio ambiente, y no al revés” (2001, p. 28).

Sin embargo, esta formulación es aceptable únicamente en la medida en que tal “ambiente”, en su dignificación economicista, se conciba ya de entrada como CN, y que la economía misma sea pensada como naturaleza. El CN se presenta como una suerte de “idea verdadera”, en el sentido de mostrarse como instrumento o como una especie de regla para la adquisición de los nuevos conocimientos naturales/económicos. Posee su certeza en sí mismo, pues esta certeza sería la esencia objetiva de la cosa natural en cuanto tal. Como indica Lovins con vehemencia:

El capitalismo natural subsumirá al capitalismo industrial en su nuevo paradigma, como el capitalismo industrial subsumió al agrarismo. Reintegrará las metas ecológicas con las económicas, premiando elecciones y compañías que logren ambas. Las firmas ganadoras tomarán sus valores de sus clientes; sus diseños, de la naturaleza, y su disciplina, del mercado [...] (2001, p. 30).

Aquí se enfrentan teatralmente dos supuestas modalidades, la del viejo capitalismo industrial, por un lado, y la del emergente e “innovador” capitalismo natural por el otro. La primera pervive en el terreno de la indeterminación no conciliadora de economía y ecología, abrazada a la que, para Lovins, sería una “ideología” artificiosa de la separación entre economía y naturaleza (que deberán verse como una y la misma cosa). La del CN, por el contrario, presume de no permitir la indeterminación de aquella, ya que contiene en sí la razón de todo aquello que sea posible afirmar/negar de su objeto: el capital como naturaleza, esencia última de lo existente.

El “capitalismo natural”, que habrá de “subsumir” al industrial, se describe como portador de un carácter intrínseco que le asegura la forma de lo verdadero, la de lo ajustado mecánicamente. Su normatividad proviene del intercambio intersubjetivo de agentes individuales de racionalidad limitada; su designio (la estética de sus signos y símbolos, así como la de sus fines) responde al capital como forma natural de la existencia social; su paideia (y su pedagogía) provienen del mercado como dispositivo epistemológico para subsanar las limitaciones racionales de los individuos.

El capitalismo industrial, aunque no ajeno a esta trinidad, pervive como espectro de lo perecedero, asociado al cambio y a la degradación despilfarradora. En contraste, el capitalismo natural se corresponde con aquello que es fijo y eterno, con la sustancia más universal pensable para el ambientalismo economicista dominante: el valor abstracto del capital, devenido esencia de lo efectivamente dado. En esta lógica, el cn es representado como expresión de lo fijo y lo eterno: una verdad inmutable descubierta por el entendimiento vinculado a una paleontología economicista del sentido.

Se trata, en realidad, de la fantasía excesiva de concebir, de una vez por todas, a una totalidad —la naturaleza— como CN. Una solución formidablemente sencilla que evita la ardua tarea de llevar al límite las fuerzas del entendimiento humano. Esta formulación puede interpretarse como panteísmo de mercado, basado en una radical sustancialización de la naturaleza. Tal interpretación se torna factible una vez que han sido atendidos los elementos hasta este momento expuestos, sobre el carácter de anterioridad fundacional que se pretende propio del cn por parte del establishment ecoliberal.

No es difícil advertir el propósito ontologizante de presentar al CN como sustancia verdaderamente universal —como natura naturans—, fuerza creadora desde el origen y condición de posibilidad del orden monológico que pretende verse desplegado en cada atributo particular de la forma mercancía (la natura naturata). Así, el CN adquiere los rasgos de una fase de superación del hm que conduce a la mercancía como forma de la “riqueza social”. El “principio inmaterial” asociado al CN ya no requiere de la forma-mercancía: se postula como valor sustancial previo.

En consecuencia, la mistificación del CN reposa en una anterioridad sustancializadora que apuntala este panteísmo de mercado con renovadas pretensiones de totalización. La noción de CN opera como dominio ontológico sobre la diversidad emergente del medio, que deja de ser simple “medioambiente” o “entorno” para convertirse en sustancia valorativa universal. Aquí, la compulsión muda del “sujeto automático” se despliega como una fuerza ontológica que, bajo la apariencia de racionalidad, instituye un principio totalizante para la producción socialmente determinada.

El panteísmo de mercado no sólo absolutiza la equivalencia entre naturaleza y capital, sino que la hace parte esencial de los ciclos orgánicos de la naturaleza. En esta fantasía, el capital no es una relación social, históricamente concreta, sino que aparece como forma prepolítica, esto es, forma natural que precede a lo propiamente social, y por tanto siendo idéntico a la vida, a la Tierra y al cosmos.

El CN y la ontología del capitalismo verde

Según se ha sugerido, la idea de CN remite a una suerte de cualidad primaria, inseparable de los cuerpos y de su naturaleza. Ésta se la muestra como una cualidad primaria descubierta por la ontología del “capitalismo verde” y, por tanto, inseparable de los cuerpos que la albergan, pues su papel estaría ligado a los elementos más esenciales de lo existente. Es, en este sentido, una idea destinada a la reconstitución comprensiva de lo existente que busca superar los límites de la relación trabajo-capital, mostrando además un uso de la razón que sería, en principio, reconstitutivo ontoepistémicamente de nuestras concepciones de la valorización propiamente capitalista.

Se trata, por tanto, de una redefinición del uso economicista de la razón, ya sea como razón procedimental y lógicas autofágicas (Saez, 2021), ahora radicalizadas como respuesta a las refracciones intermitentes del poder expresado como relación-capital (en las formas interrelativas de “caída tendencial de la tasa de ganancia” y límite ecológico y societal ligado a fracturas en las condiciones de habitabilidad planetaria); o bien, como razón instrumental (Adorno y Horkheimer, 1998), con una tendencia más radical al rebasamiento destructivo de los fines por los propios medios convocados para realizar aquellos.

Incluso esta redefinición se manifiesta en el plano del automatismo totalitario de mercado (Hinkelammert, 2018) expresado e (in)vivido como “compulsión muda” del valor abstracto o despliegue del “sujeto automático” (Mau, 2023), que opera como causa sui, invisibilizando o produciendo como ausentes los procesos de subsunción del “trabajo vivo” que le permiten su reproducción parasitaria y su simulacro de autonomización fetichista respecto a las condiciones que hacen posible tal (re)producción (Dussel, 1993). Estas condiciones, a su vez, le permiten el despliegue de una gigantomaquia denominativa todavía vigente, la cual tiende al reduccionismo metodológico del “como sí” (ceteris paribus) económico, con el fin de salvaguardar las proposiciones protocolares abstractas de la “ciencia económica” y sus hipótesis (como en el caso de Friedman).

Para la jerga del “capitalismo verde”, el CN reinstituye en nosotros un mundo perceptivo/apropiativo que reforma propiedades fundamentales de los cuerpos; es redefinición de la realidad más profunda de lo existente, independientemente de sus alteraciones fenoménicas. ¿Qué sería un cuerpo natural como cn? Una articulación particular, en sentido metafísico, de cualidades de valor económico, valor abstracto absolutizador (fetichista en sentido clásico).

Ahora bien, el valor en el CN no aparece como dependiente, para ser valor, de dimensión empírica alguna, ya que se supone anterior a cualquier forma experiencial: pretende aparecer como un a priori fundacional en sentido ontoepistémico, y, a la vez, dota a toda forma de “experiencia” de mercado de un contenido racional “sostenible” o “verde”. Para ser más precisos: derivado de la impresión experiencial de “los efectos perniciosos del cambio climático sobre la economía”, el cn emerge como nueva función entre las cosas y tiende a subsumir las experiencias y reinstituir sus modos de presentación, los cuales aparecen como modos del aparecer de la experiencia del CN.

Por otro lado, el contenido racional que se atribuye al CN como emergente vanguardia ontoepistémica del neoliberalismo “verde” no depende del Homo economicus aislado, ya que se reconoce a éste como racionalmente limitado (Mirowski, 2018). De aquí la necesidad de un mercado verde: un tercero que actúe como elemento equilibrante entre las pretensiones individuales en conflicto, marcadas por una racionalidad limitada, y que permita la realización del sociometabolismo del capital en el intercambio de “bienes naturales”/capital.

El mercado sería representado como un agente (agente radicalmente monista entre todos los agentes, incluso hiperobjeto agencial y agenciante de crecientes cúmulos de objetos-mercancía dados a partir de una simetría esencial de valor) y no como una relación social emergente. Se trataría de un agente decisorio para la realización del valor económico y, con él, de la racionalidad economicista, metahistórica, que es su horizonte teleológico. El valor, como hemos visto, sería ser potencial destinado a realizarse como cierre absoluto en la forma de mercancía para el intercambio, esto es, a través de la techné economicista. En la medida en que el intercambio es el momento constitutivo, constantemente relanzado, de la sociedad civil de propietarios privados (de sí, de los otros y de lo otro), el conflicto para el proyecto de realización de valor siempre está presente como choque entre la posibilidad de exteriorización respecto a la proletarización general de operaciones de individuación —y por tanto “salida” hacia la exterioridad del “trabajo vivo” respecto a la totalidad del capital—, y, del otro lado, la subsunción propiamente capitalista del mundo de la vida como tendencialidad sistémico-histórica.

Retornando a la particularidad del CN, a su aspiración de constituir un cierre absoluto de la naturaleza “estrecha” (Held, 2012), como exterioridad sin dignidad ontológica, debemos hacer notar que los obstáculos a su proyecto de SE radicalizado suelen presentarse como recambios y variaciones fenoménicas no esenciales, meros atributos físicos de los diversos CN o puras condiciones de su dación, como en el caso de la escasez. Pero esto es engañoso, puesto que tales contingencias son en realidad producidas históricamente para dar sentido a los elementos primarios de valor abstracto. Es decir, el aspecto no subjetivo (valor como potencia omnipresente) se apologiza (indirectamente) (Lukács, 1968) por medio de los elementos secundarios posteriormente producidos (en la economía), que presentarían cualidades esenciales cada vez más evidentes. Esto quiere decir que, en el caso del CN, éste es transparencia de lo esencial. Lo fundamental se funde con las formas particulares de presentación en una totalidad sin fugas, mostrando al mismo tiempo una normatividad “sostenible” con sus valores de intercambio concretos.

El cn corresponde así a una lógica de cierre absoluto, que avanza haciendo corresponder lo existente con la figura de meras funciones prolongadoras de las operaciones de subsunción economicista. Así visto, lo existente deriva de su ser “conexión” en la semántica del valor económico, como condición de su presentación ontoepistémica en la forma de existente con una extraña “dignidad ontológica” bajo la forma mercancía.

Como se podrá inferir, tenemos aquí los elementos del panteísmo económico que la noción de CN vehicula, con su idea de naturaleza reducible a valor, y de valor como sustancia irreductible que se da a sí misma y reconduce lo emergente hacia la totalidad del capital. El cn presenta al valor como el gran aspecto no subjetivo de la naturaleza, y, en este sentido, ha de aparecer como elemento esencial de nuestra experiencia de lo existente sustancializado, esto es, de los cuerpos como manifestación de potenciales metaestables, reducidos a puro cuerpo-mercancía cerrado. Por ello, el CN corresponde a una ampliación ontológica que busca subsumir cualquier emergencia aún antes de su aparecer, de tal forma que no haya exterioridad respecto a la totalidad fetichista. La emergencia misma de todo fenómeno lo sería ya del valor que se valoriza: lo que emerge como “real”, lo que puede emerger, es valor como relación capital.

En tal sentido, CN es la denominación de una renovada pretensión: la del capital buscando su presentación como causa inmanente de la totalidad, que no deja nada fuera de sí misma, pues todo está en ella y es idéntico a ésta. El capital, desde esta perspectiva, quiere aparecer como causa inmanente de todo lo que es. Tal es su holismo reaccionario y radicalmente sustancializador.

En otras palabras, aquello que es, lo es porque tiene realidad como capital. Con el CN se pretende indicar que la sustancia-CN es realidad última, realidad que se muerde la cola, realidad-CN como fuente que comunica realidad. El capital no sería tan sólo causa del ser, sino también el atributo más fundamental de todo aquello que es, porque todo de lo que puede decirse que es, lo es sólo por su ser CN, que sería por ello esencia entre esencias, realidad primera, de tal modo que únicamente es posible pensar la realidad como CN o, de otra manera, sólo hay realidad en el capital, como CN.

Como indicamos más arriba, y en la perspectiva de la llamada “economía verde”, tales cierres absolutorios del CN se dan a través de la acotada racionalidad de los individuos económicos, requiriendo del “agente” mediatizador y realizativo del mercado, que traduce en precios el valor metafísico, y asigna idealmente —por medio de mecanismos de optimalidad conforme a los rasgos forzadamente universales de todo individuo sustancializado—, el surplus social a tales individuos constituidos en el intercambio.

Ahora bien, siempre desde la lógica del CN, la negación de las condiciones de valorización económica, o la contraposición política a ellas, supondrá la producción de la naturaleza como coseidad ausente, puro no-ser, “triste cosa sin sonidos, sin olores, sin colores […] simplemente el rodar a prisa de la materia, sin fin y sin sentido” (Whitehead, 1949, p. 72). Pura naturaleza sin atributos, naturaleza estúpida, mera potencialidad bárbara, sin traducción racional posible para darle dignidad ontológica, sea por medio del trabajo y la explotación, sea por su alienación o por su dominio en tanto “medio” para un individuo-propietario. De tal suerte, críticas como la de la ecología política (al neoextractivismo, por ejemplo) serían completamente irracionales, pues la “defensa” del territorio y de ecosocialidades alternas a la del DS y su “crecimiento sostenido” supondrían el desperdicio del valor dado como condición ontológica primera. En otras palabras, la crítica ecológica de la relación capital no sería más que una negación irracional de lo existente presocial y prepolítico.

En el CN, podemos ver descansar una especie de cosmología economicista que presupone como hecho último la materia prima como valor-capital potencial, irreductible, si se la quiere racionalizar, a otra cosa que no sea su ser potencia-valor. Tal es el contenido relevante para la economía. La “naturaleza” es ya capital, un capital real en cuanto potencia hilemórficamente tratable. De aquí que sea posible afirmar que el HM —subyacente a la idea clásica del trabajo como mediador en el proceso de producción de valores de cambio— se conserva en el CN, pero refuncionalizado: no para traer el valor al mundo, sino para extraer sus potenciales, reactualizarlo de acuerdo con las prácticas de la economía-política realmente existente.

Insistimos por ello en que la operación económica de valorización se presenta como siendo equivalente al ser. La valorización del valor, desde la perspectiva economicista, es equivalente a la (re)producción del ser. Empero, indicar esto no es suficiente. El paso clave en verdad, hacia la noción de CN, se da a través de la metáfora económica de la identidad naturaleza-mercado, propia del ecoliberalismo de la fase neoliberal.

Esto lo ha hecho notar Mirowsky (2020) más de una vez: en el neoliberalismo hayekiano y su ortodoxia heredera posterior, el mercado es constantemente presentado como entidad natural, en evolución progresiva, como “metáfora” de la naturaleza.[14] Es ya de suyo natural, y entra por tanto en la universalidad de las acciones naturales. Progresa en la dirección de su realización como naturaleza perdida. Su realización plena por medio de la relación-capital sería realización de la naturaleza. Recuperación del paraíso y desquite frente al “pecado original”. No habría, a la larga, distinción entre el orden natural y el orden económico. Las operaciones económicas dadas en el mercado son parte de las operaciones organismo-ambientales de la naturaleza y, por ello, susceptibles de ser consideradas como objetos naturales para su estudio axiológicamente neutro: sería posible una econoecología del intercambio, siendo este último el momento reproductivo fundamental de todo contingente interindividualismo dado contractualmente. Es por esto que, en la economía neoliberal de un Hayek o un Friedman, hay una tentativa constante, ciertamente reeditada, por hacer aparecer a la “ciencia económica” como una ciencia de la naturaleza del individuo-propietario-aislado, una ciencia “natural” que pretende haber hecho un “traslado epistemológico” (Lowy, 2000; Gómez, 1995) de los métodos de la ciencia (de sus potenciales predictivos) a su propio campo de elaboración. Con el CN, la economía devendría en una especie remozada de “biología aplicada políticamente”, como indicara en su momento el ambientalista nazi Ernst Lehmann.

En estos juegos operativos de la valorización es que aparece el contenido producido como relevante para el ambientalismo economicista: la naturaleza reducida a CN, ni mera forma ni mera materia, sino anterior a ellas, precondicionándolas a sus reglas de asignación, para desplegarse en el espacio en un fluir de configuraciones de valor. Para el ambientalismo oficialista, el CN es expresión de una preformación originaria que, a la vez, conlleva la imposición de una práctica y una rutina con ella, para su aplicación a la totalidad de los “bienes naturales” metabolizables económicamente.

Es aquí donde “todo lo sólido se desvanece en el aire”: significados diversos, esencialidades dinámicamente mutables, valores cualitativos y cuantitativos, etc., es decir, toda posibilidad de transfiguración histórica de la materialidad de la escena espacio/temporal es producida (o ello se desea) como ausencia. Y en cambio persiste el funcionamiento de una mecánica de valor y fenoménica del precio que expresa la sustancialización de los objetos-mercancías del CN. Para el CN, como se dijo, la naturaleza en sentido estrecho (Held, 2012), es ya capital, pero con un sentido inherente incompleto, pues posee tan sólo un valor potencial como CN, pero carente de finalidad si no es por mediación del mercado, que es agente para su completitud evolutiva.

El desplazamiento dado con el cn es sintomático del proyecto de subsunción radical del mundo de la vida por el capital, o, como indicaba no hace mucho Jameson, del intento de “transformación final de la tierra en mercancía” (2013, p. 136), proyección que exhibe la desmesura del antihorizonte histórico constitutivo del sistema dominante.

Quizá el elemento más notable de la noción de CN, según hemos intentado exponerlo en estas páginas, es su planteamiento del valor como anterioridad absoluta dada sin mediación hilemórfica de la producción y, con esta, del trabajo, yendo así a contracorriente de las concepciones económico-políticas clásicas, para las que el valor es una derivación de la aplicación de un trabajo humano para la reducción de una determinada materia/naturaleza a valor económico. El valor económico en la modernidad capitalista se ha descrito como aquella cualidad que emerge en la operación técnico-productiva de un trabajo ejercido sobre los valores de uso en “estado de naturaleza”, para transmutarlos en valores de cambio destinados a su circulación e intercambio cuantitativista; las mercancías, como sabemos, son en su aparecer fenoménico, en su inmediatez no interrogada, objetos producidos por el trabajo humano, siendo este subsumido en operaciones no evidentes dentro de la lógica de valorización del valor, y puesto para la reproducción de la civilización que se autoconstituye en el intercambio.

El valor como cualidad dada por el hilemorfismo del trabajo producente es determinación de la cosa como producida, o, en otras palabras, el valor es atributo de la cosa en cuanto es ella producida. En este sentido, el valor es mundo de la vida objetivado/materializado —la “objetividad espectral” de la que hablaba Marx— a través del trabajo; el trabajo es la medida clásica del valor, “último” y “real” estandard (dice Adam Smith), “por el que el valor de todas las mercancías puede, en todos los tiempos y lugares, ser estimado y comparado” (Smith apud Huesca, 2015, p. 92).

Sin embargo, es esta visión clásica del valor la que se ve rebasada en el CN, pues la relanza ontológicamente a un más amplio despliegue subsumiente, puesto que, el capital como “valor que se valoriza”, no requiere ya mediación alguna de la causa y medida dada por el trabajo. En el CN, el valor es ya idéntico a la vida, al cuerpo, a las naturalezas y, en última instancia, es ser de todos los entes, sustancia universal que atraviesa todas las formas particulares e identidad económica, tanto de la totalidad de lo existente como de las potencialidades de lo inmediatamente pensable o concebible como probabilidad, como potencia e incluso como emergencia no inmediatamente inteligible. Es pues, la reducción a valor inmanente de la complejidad de lo existente, en la que el valor aparece como dado desde sí y para sí. Las determinaciones del capital (dinero, trabajo vivo creador de valor, medio de producción, fuerza de trabajo, etc.) pasan a un segundo plano, pues el capital como valor está en la propia naturaleza, siendo así el cn lo radicalmente indeterminado.

Como se indicó, el proceso de trabajo deja de aparecer como el momento mediador transformativo, plataforma de la operación hilemórfica destinada a dar forma a la naturaleza que entonces se vuelve “producto”. En el CN, el capital, en cuanto movimiento no fijista del valor en cualquiera de sus determinaciones, y no estando exclusivamente en ninguna de ellas, se expresa como valor que es idéntico a la naturaleza. El CN expresa de esta forma la circulación ontológica total del valor en cuanto valor en movimiento circular, esto es, desde sí, por sí, para sí; es valor para el cual la “objetivación” de la vida (del “trabajo vivo” por ejemplo) no es una derivación a posteriori de toda producción, sino la condición ontogenética misma del ser de los entes. Es nomos ontogenético de la Tierra. De aquí que, como se ha insistido, la noción de CN del DS más reciente (el de la “economía verde”) propone reducir el ser de los entes (dicho a la manera heideggeriana) a la “compulsión muda” (para decirlo en términos marxianos) del “sujeto automático” del “valor que se valoriza”. El CN, visto como una especie de aleph ontogenético (desde el cual se mira todo atributo-mercancía posible de la sustancia-capital), es lo que haría posible todo lo que es. La idea de un Yo Absoluto y ciertos planteamientos panteístas encuentran en la noción de CN su teatralización metafísica más notable, en lo que constituye, en verdad, una inversión paroxística cuya apreciación como dispositivo sin fugas y sin exterioridad pareciera sugerir la idea misma de un afuera como absurda, ya que el CN pretende aparecer como la fuente de emanación de todo lo existente.

Algunos problemas de la noción de CN

En este camino, una —entre las muchas críticas que pueden hacerse a esta noción de capital natural y su reformismo reductivista extremo— es que confunde sus abstracciones económicas con realidades concretas. En efecto, el CN es una abstracción apologética reificada, cuyo propósito es la autorreferencialidad totalizante. Esta reificación es posible gracias a las operaciones de poder —materiales y simbólicas— que el propio CN ha posibilitado mediante prácticas de subsunción, aunque las presenta como plataforma secundaria, como simple subsuelo de valorización de mercado no esencial. De tal modo, lo abstracto del CN pasa por concreto, el efecto pasa por causa, y el producto de la metabolización económica se confunde con su origen.

Por otro lado, es importante reconocer que, en tanto continúen los procesos abstractivo/destructivos asociados con el CN y estos sean evaluados a la luz de lo que ellos mismos producen y permiten, no habrá razón alguna para cuestionarlos. El “marco categorial” que el CN trae aparejado es no sólo punto de partida, sino también y, en última instancia, el límite de cualquier tentativa prerreflexiva, por más tímida que sea.

En este sentido, la “exterioridad” respecto a la pretensión de totalización, esto es, el ontototalitarismo, por así decirlo, que sería propio de la categoría de CN, tanto como la crítica de las pretendidas condiciones “transhistóricas” que serían igualmente propias de dicha categoría, habrán de ser el punto de partida sobre el cual se dirijan las baterías de un pensamiento reflexivo que tenga una ética política de la metaestabilidad[15] como su horizonte dinámico de reconstitución crítica, a contrapelo de los equilibrios estables del poder economicista en su forma ecoliberal y sus cada vez más amplios y profundos despliegues de destructividad planetarizados.

Comentarios finales

No es difícil notar que, de las proposiciones antecedentes, se deriva la conclusión del simplismo escandaloso que supone el reduccionismo del CN. No hay grandes sutilezas en su planteamiento. Es inmediatez pura y punto de suspensión, aunque efectivizada con nuevas formas de dominación, explotación y apropiación a través de la renta tecnológica. El análisis propuesto, a pesar de implicar el abordaje de ciertas mediaciones, supone un punto de llegada que obliga a su suspensión, determinada por la forma finalista que, en el CN, domina. En última instancia, pareciera decírsenos, no se trata de otra cosa que del viejo “capital” sin más: de su persistencia esencial, de su pretendida omnipotencia estructurante, etc. Se trata, en este sentido, de una circularidad viciosa que no debe llamar a error: el CN pretende totalizarse a sí mismo en un continuado ejercicio de morderse la cola.

El suyo es un episodio más de pseudototalización que se suma a los anteriores en la historia organismo-ambiental del despliegue de la lógica del valor que se valoriza. Y es una pseudototalización basada en el impacto mediático irreflexivo y los medios técnicos para hacerlo efectivo en términos de dominación, explotación y apropiación privada —aunque sea en la forma de un simulacro que se presenta, por un lado, como tensión entre una sucesión de cambios económico-políticos aparentemente vertiginosos (no exenta de desviaciones respecto a la monología del valor) y, por otro, la pervivencia de un proyecto de sujeción fuertemente esencialista—, proyecto que se reafirma en la recalcitrante e ineludible negación de sus propias condiciones organismo/ambientales de existencia. Su avance es apreciable en la forma de la “utopía” del mercado total y en la fantasía de su realización ontoepistémica, bajo la forma neoliberal de la socialización capitalista en el contexto de crisis epocal.

Finalmente, indicamos que la “naturaleza” sustancializada del ecoliberalismo (la del “medioambiente” como “recurso” y “servicio” para el “crecimiento sostenido”) está muy lejos de aquella otra (u otras) de las coemergencias complejas entre los múltiples mundos de vida que —cada vez más difícilmente frente al embate ecoliberal— se despliegan rebasando el horizonte de la pasividad evolucionista que los reduce a meros objetos en procesos lineales de adaptación. En este sentido, el “medioambiente” del ecoliberalismo —que carga consigo la voluntad productivo/destructiva de dominación sobre las relaciones organismo-ambientales— es uno en el que probablemente nadie haya vivido nunca, uno en el que no haya habido nunca relación organismo-ambiental concreta; es, en una palabra, el espacio-tiempo ilusorio y sustancializado del gran Otro de la economía política de la crisis organismo-ambiental planetarizada, que, en el doble rasero del despliegue violento de su fantasía tecnofundamentalista y del devenir de su condición fetichista, viene grabando su metafísica productivo/destructiva sobre la constitución metaestable del mundo, al que por esta vía reduce ontológicamente a un estado de permanente angustia y pseudoindividuación atravesada por el hambre, la guerra y la catástrofe ecosocial que dan la franca condición de epocal a la crisis de nuestro tiempo, y de la que, por el camino del automatismo irreflexivo del capitalismo cínico, resulta imposible pensar en alguna vía de generación de alternativas, como falazmente afirman los promotores de la apologética indirecta de la economía verde y el desarrollo sostenible.

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[1] Es doctorando en Filosofía Contemporánea (BUAP), maestro en Filosofía de la Ciencia (UNAM), especialista en Historia del Pensamiento Económico (UNAM) y licenciado en Estudios Latinoamericanos (UNAM). Se desempeña como académico en Ecosofía y Humanidades Ambientales en la UDLAP. Contacto: alexanderganem@outlook.com

[2] Agradezco al Dr. Luis Ignacio Rojas Godina (BUAP) por sugerir la reflexión crítica sobre esta noción. Cabe indicar que el abordaje propuesto en este artículo forma parte de una investigación doctoral más amplia —hoy en su fase conclusiva—, en torno al ecoliberalismo contemporáneo, su dimensión normativa y sus violencias reductivistas.

[3] Las reglas de Hotelling, originalmente formuladas para la optimización económica de recursos no renovables, asumen que la tasa de interés genera equilibrios en el mercado y, por extensión, en la ecología, al incentivar un uso eficiente de los recursos naturales. No obstante, Altvater (2005) demuestra que las fluctuaciones en la tasa de interés activan un “mecanismo de retracción” que, mediante lo que denomina “efecto antiecológico de la deuda”, exhibe la relación entre la crisis económica y la ambiental. Este fenómeno, según observa Arizmendi (2009), produce una tensión productivo-destructiva intensificada por las relaciones estructurales de la polaridad centro-periferia: los países periféricos depredan sus recursos naturales para pagar los servicios de una deuda en constante acrecentamiento, entrando así en una circularidad viciosa en la que, al intentar hacer frente a la crisis económica a través de la crisis ecológica, terminan agravando la primera y complejizándola aún más al transferir sus ventajas ecológicas al capital central. Según Arizmendi (2009), se trata del cruce entre dos crisis que, lejos de resolverse, se complejizan recíprocamente.

[4] Esta caracterización sigue, en algunos aspectos, lo planteado sugerentemente por Žižek (2003).

[5] Entendemos por negacionismo colapsista neoliberal (NCN) una proliferación fractalizada de reduccionismos economicistas diversos, en línea con la metástasis general del valor, según indicó sugerentemente Baudrillard (1997). Esta visión sostiene que es posible afirmar la existencia de una crisis socioambiental no relacional, en la que cada uno de sus términos son comprendidos en el marco de la antinomia entre naturaleza y cultura, conservando así una oposición esencialista entre lo “social” y lo “ambiental”, donde lo social se corresponde con la “sociedad civil de propietarios privados” y lo “ambiental” con los “recursos” y “servicios ambientales” puestos para la potencial reproducción de las funciones sociales de valorización, dependientes del intercambio, por cuanto este es su momento ontogenético de “socialización” constantemente relanzado. A partir de aquí, es posible emprender una doble reducción de orden epistemológico: 1) la de la (potencial) comprensión de la crisis socioecológica en sentido relacional, a su conocimiento como mera “crisis climática”, finalmente gestionable en términos, por ejemplo, de mercados de carbono, y 2) la igualmente reduccionista comprensión de la crisis civilizatoria como una mera crisis de crecimiento, correspondiente a un fracaso de mercado (Stern, 2007) que trae consigo una “destrucción masiva del valor” (Lagarde apud Wearden, 2014). En este caso, el “colapso” es, ante todo, “económico”, y la crisis organismo-ambiental planetarizada es estudiada como mera “crisis climática” y reducida a falla del mercado que afecta a la producción. Es por esta vía que es posible pensar en afirmar la crisis al mismo tiempo que se la produce como ausencia (no sólo) en términos epistemológicos. Así, la formulación economicista de la problemática organismo-ambiental en abstracto supone, al mismo tiempo, su invisibilización radical. De aquí que sea posible hablar de la comprensión economicista subyacente al ds, como una que proyecta un presente sin presencia. En un texto reciente y en un sentido cercano al aquí explicitado. Tomas Porcher (2024) hace referencia a ese otro “negacionismo del cambio climático” asociado a la “postura hipócrita que consiste en reconocer la existencia del cambio climático sin tomar las medidas necesarias para combatirlo” (p. 171).

[6] Ciertamente, Arizmendi (2009) distingue entre la tendencia ya aludida y aquella otra a la que denomina “ecoliberal”, pero reduce esta última al ejercicio de un fallido green new deal representado por los organismos internacionales que hacen de la “apologética indirecta” (Lukács, 1968) del ds su locus de enunciación (onu, bid, Cepal, entre otros). No percibe Arizmendi que los rasgos propiamente ecoliberales no se reducen a los de producción de un “dispositivo” discursivo (el del ds), sino que estos, en su amplitud de despliegues, están también presentes en la lógica del management fosilista, que hace suya la abstracción de la “sostenibilidad” en lo que constituye una avanzada franca del greenwashing propio de las diversas convenciones climáticas. La noción amplia de ecoliberalismo que aquí empleamos hace alusión a la subsunción neodesarrollista que el marco normativo del neoliberalismo (Arizmendi prefiere hablar de capitalismo cínico) hace del ambientalismo y sus categorías. De tal subsunción es que deriva la idea de un ds desde sus formulaciones originarias. El hecho de que haya presencia de ciertos planteamientos neokeynesianos en la jerga de la sostenibilidad realmente existente (como en el caso de la célebre Mariana Mazzucato), no invalida la hipótesis de la dominancia normativa neoliberal en su devenir económico-político. Al final, tanto el neoliberalismo como el neokeynesianismo apuntan en dirección de una apologética “directa” en el primer caso, “indirecta” en el segundo (siguiendo a Lukács, 1968) de la economía política hegemónica.

[7] El resaltado es nuestro.

[8] El resaltado es nuestro.

[9] Afirmación que, sin embargo, se ve falseada en una primera lectura de algunos de los textos más célebres de Marx. Baste mencionar el caso de la Crítica del programa de Ghota, donde es posible leer que “El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es tanto fuente de los valores de uso (¡y de éstos se compone, desde luego, la riqueza material!) como el trabajo, que no es por su parte sino la manifestación de una fuerza natural, la fuerza de trabajo humana” (1979). Marx emprende aquí un camino inverso al de la filosofía social, propiamente moderna, de la economía-política (reducción de lo existente al proceso de producción de valor abstracto) y, en cambio, acercándose al clásico parecer de algunos de los antiguos presocráticos, redirige críticamente las categorías y nociones hacia una horizonticidad que, en la hipótesis de su aperturidad no reducible a lo existente-económico (es decir, como exterioridad respecto a la totalidad del capital), se presenta como naturaleza en sentido amplio, no hilemórficamente reducida, y sí en términos de complejidad organismo-ambiental (naturaleza como “cuerpo inorgánico del hombre”). Dado este planteamiento marxiano, el compromiso con un análisis ontogenético del problema de la(s) naturaleza(s), implica su reactualización no instrumental como relatividad histórica que es, simultáneamente, cuerpo orgánico/inorgánico para los individuantes (no sólo) humanos.

[10] El resaltado es nuestro.

[11] Las cursivas son nuestras.

[12] De acuerdo con Schumacher, tal economía budista supone por lo menos tres aspectos: “dar al hombre una posibilidad de utilizar y desarrollar sus facultades; ayudarle a liberarse de su egocentrismo, uniéndolo a otras personas en una tarea común; y producir los bienes y servicios necesarios para la vida” (p. 46).

[13] Ver nota al pie 11.

[14] El tema ha sido tratado más de una vez y por numerosos autores. Casos particularmente relevantes para nuestro trabajo son Gómez (1995), Hinkelammert (2018) y el propio Mirowsky (2018).

[15] Cuyas líneas fundantes se encuentran en Simondon (2015).

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