Discapacidad y vínculos sexo-afectivos. Reflexiones incómodas para reconfigurar diálogos urgentes y necesarios en torno al goce de las cuerpas abyectas

Resumen: En el presente artículo abordo y problematizo la configuración de la relación discapacidad-sexualidad a partir de puntadas entretejidas en la investigación “Habitar los márgenes. Urdidos existenciales y caminos errantes de una profa lisiada”, para obtener el título de Licenciada en Educación Comunitaria con énfasis en Derechos Humanos. En la investigación abordé la metodología didactobiográfica propuesta desde el Sur Global. Llevé a cabo un trabajo de campo por más de dos años, el cual implicó develar algunas marcas vitales y sentidos existenciales, que atraviesan mi subjetividad, mi cuerpa lisiada y mi ser-mujer-chueca, a partir de dispositivos de la memoria, como diarios personales, fotografías, cartas, juguetes, cuadernos del colegio y otros objetos de mi infancia. En este escrito presento experiencias encarnadas desde las cuales pongo a circular-problematizar la experiencia de la sexualidad, la vivencia del goce y el disfrute del propio cuerpo-de este en el encuentro con otros cuerpos, así como la apertura a otros erotismos. Realizo un diálogo entre lo que se concibe público y privado dando cuenta de que estos dos ejes son asuntos políticos y por lo tanto requieren ser expuestos dando cuenta de las maneras en las que las violencias capacitistas-patriarcales atraviesan mi experiencia concreta en el mundo (y no dudo que la de muchas otras cuerpas). Así mismo el lugar situado y encarnado desde el cual me narro no pretende universalizar, dar recetas ni soluciones a las experiencias de la discapacidad o lo que llamaré experiencia disca que para mí tiene que ver con las experiencias de los cuerpos que dis-locan, des-encajan y des-articulan las imposiciones de la heteronormatividad y de la capacidad.

Palabras clave: sexualidad, vínculos sexo-afectivos, discapacidad, deseo, vulnerabilidad problemática.

¿Para quiénes es el libre ejercicio y participación plena en el ámbito de las prácticas sexuales, el placer y los orgasmos?

Que rabia que las mujeres padezcamos nuestro dolor en el silencio, siempre creyendo que somos las únicas “locas” “exageradas” e “histéricas” por sentir un nudo en la garganta.

Cuando, de maneras sutiles o abiertamente violentas nos arrebatan el derecho a disfrutar de nuestros cuerpos. Tampoco se no permite externar toda la ira y frustración que nacen de estas privaciones forzadas, arbitrarias, innecesarias.

Tamara de Anda, 2019

¿Quiénes deciden sobre el deseo[2] y la vivencia de la sexualidad disca? ¿Desea usted a una persona disca? ¿Qué siente al pensar en un cuerpo disca desnudo? ¿Las personas con discapacidad tenemos parejas, placer y orgasmos? ¿Qué silencios y borramientos hay en los entornos cotidianos respecto al deseo disca? ¿De qué maneras la heteronormalidad distribuye las experiencias sexo-afectivas? ¿A qué se debe la pena, el asco, la curiosidad morbosa respecto a cómo vivenciamos el sexo las personas con discapacidad? ¿Por qué se cohíbe, se silencia, se controla la calentura disca? ¿A qué intereses responde esta cohibición social del acceso al disfrute de nuestros cuerpos? ¿Por qué en la academia no encuentro información explícita sobre este tema? ¿A qué se debe que en los discursos de inclusión se hable de garantías laborales, educativas, en salud, pero no de garantías sexuales? ¿En qué cuerpos recae la vulneración que conlleva negar el placer en el encuentro consigo mismx y con otros cuerpos? ¿Una persona lisiada puede ser deseada? ¿De qué maneras relacionarse sexo afectivamente más allá o más acá de cumplir el fetiche de otro? ¿Qué se siente follar? ¿Qué se siente ser deseada y que haya una correspondencia en ese deseo? ¿Es mi cuerpo “servible” para una relación de pareja? ¿Es eso lo que creo que quiero o sólo hace parte del sistema heterosexual y parejocéntrico? ¿Y si es lo que deseo porque me resulta difícil vivenciarlo? ¿Qué se siente tener sexo? ¿Cuáles discursos, sentires, apuestas hay en tener sexo y hacer el amor? ¿Son estos dos conceptos sólo artefactos que consolidan las jerarquías relacionales? ¿Quiero ser sólo follada o también querida?

Las interrogantes que planteo no requieren respuestas o claridades absolutas, es lo que menos me interesa, al contrario, pretendo incomodar, interpelar, abrir, fisurar y cuestionar modos y formas en las que hemos configurado la relación/mirada/percepciones acerca de la discapacidad en el ámbito de la sexualidad, a partir de mi perspectiva y lugar concreto como mujer con discapacidad física, socializada en un barrio popular, profa[4] y feminista; me interesa exponer mis lugares de enunciación de acuerdo con los conocimientos situados y encarnados (Haraway, 1991).

Dicho lo anterior, recuerdo con precisión el momento en que se empezó a abrir en mí el interés y la curiosidad en mi propia vivencia relacionada con mi placer, la experiencia del sexo,[5] la vivencia de la sexualidad. Fue en 2018 cuando conocí a Ammarantha Wass, activista, profa y mujer trans con discapacidad visual. Hasta ese momento yo me había refugiado con consistencia en los libros, la academia, las amistades y el activismo social; pues se había configurado en mí un pensamiento de que si no era deseada por mi cuerpo, en un futuro lejano sería deseada por mi inteligencia, pero sobre todo silencié aquello en mí porque observé en la educación un lugar para la movilización social y para mi independencia económica; entonces, cualquier tipo de relación sexo-afectiva significaba una distracción en mi carrera profesional. Es posible que haya interiorizado este discurso porque era lo que se esperaba de mí; o como manera de supervivencia; o porque nunca vi referentes sociales vivenciando su discapacidad y sexualidad en narrativas que no fueran de sufrimiento, dolor y vergüenza; o como forma de no poner en discusión la ausencia de relaciones sexo-afectivas en mi historia de vida hasta ese momento para pasar la incomodidad que esto podría generar; o como manera de evadir el dolor que suponía en mí reflexionar sobre ello; o todas las razones anteriores interrelacionadas entre sí.

Volviendo a mi encuentro con Ammarantha, recuerdo que estábamos en una plaza de la Universidad, ella se había despedido de un muchacho con el que estaba hablando cuando yo llegué a saludarla, nos sentamos a tomar un tinto y yo le dije “Amma, ¿quién era ese hombre?”. Ella me respondió: “Un man que me admira como todas las personas que me admiran. Ay nena, yo ya estoy cansada de que me admiren, no necesito que me admiren, quiero que me follen”. Esta frase me impactó, me incómodo y me generó mucho ruido porque, así como daba por hecho la anulación de la vivencia plena en mi sexualidad, la había normalizado en otras experiencias de vida discas, experiencias fugitivas, desleales, que profanan, experiencias del dolor furioso como diría la pornoterrorista (2011), vivencias que constituyen modos de conocer y saberes del cuerpo, estas experiencias, nuestras experiencias son lugares políticos de desacato a un mundo que constantemente nos recuerda que no deberíamos estar vivxs, y que encontramos en las heridas y daños posibilidades de juntanzas en medio de los desgastes y cansancios que experimentamos constantemente. Por ello:

La sexualidad es un problema político, una herramienta para mantener el equilibrio del orden social, un instrumento de evitación de un conflicto descontrolado. Por ello se le somete desde las instituciones detentadoras de poder a una serie de normas que delimitan sus parámetros y refuerzan el equilibrio sistémico jerárquico. A través de estas normas, que fácilmente terminan convertidas en leyes, se uniformiza lo desigual como medida de control del equilibrio, que utiliza tanto una violencia física como simbólica para hacer efectivo el sometimiento a esas normas que saturan nuestras vidas y se sitúan por encima de nosotros mismos, pudiendo llegar a hacernos sentir invisibles frente a un todo social definido desde el poder. (Peña. R, 2004, p. 1)

Resalto acá que cuando se menciona que la sexualidad es un asunto político significa que “refleja una realidad social y las particularidades de lo cotidiano que se evidencian en las intersecciones” (Platero, L. 2013.p. 13). Ello implica que debe ser dialogado, colectivizado, problematizado y puesto en escena en diferentes escenarios e instituciones, como son las familias, las escuelas, los medios de comunicación, las redes sociales, desde las vivencias y experiencias no normativas, desde cuerpos no hegemónicos, desde las experiencias de vida disca. No pretendo decir con lo anterior que la sexualidad no es abordada, por supuesto que se hace y de manera muy abundante, pero desde discursos normativos, higienizantes, que normalizan cuerpos y los pretende hegemónicos para promover direcciones “correctas” de prácticas sexuales, y con ello, lo que es digno de ser deseado y desechado, o desde la ignorancia como política de conocimiento, como lo plantea muy potentemente Val Flores (2008): “sugiriendo que la ignorancia puede ser comprendida como producto de un modo de conocer. Así, la ignorancia es ignorancia de un conocimiento. Las ignorancias, lejos de ser fragmentos de una oscuridad originaria, son producidas por determinados conocimientos, así que la ignorancia no es neutra, ni un ‘estado original’, no es falta o ausencia de conocimiento sino un efecto [del mismo] es esclarecedora” (p.18) . De este modo, nos dice que la ignorancia es un efecto de un modo de conocer y no una ausencia de conocimiento. Entonces, la ignorancia no es un accidente del destino, sino –como dice Lacan– el residuo de lo conocido, de aquello que se impuso como conocimiento hegemónico.

A partir de este encuentro, frase y diálogo detonante, decidí empezar a indagar por lo que supuso mis emociones de incomodidad, sospecha, ruido. Decidí empezar a hacer una práctica tanto docente como de mi vida cotidiana más consciente y sobre todo a problematizar el acceso a la sexualidad y a la vivencia plena del goce y el disfrute del propio cuerpo y de este en el encuentro con otros cuerpos. Sin embargo, este es un camino arduo, que no pasa por la responsabilidad individual ni mucho menos por una invitación a “hacerse cargo” o a “cambiar de actitud”, ya que desde un perspectiva crítica me parece importante develar que todo aquello que se interrelaciona en la construcción de las realidades, vivencias y experiencias de la relación discapacidad-sexualidad-deseo-disfrute pasa por poner sobre la mesa que tal relación no ha sido una reivindicación ni de la izquierda, ni de la academia, ni del feminismo,[6] así como tampoco han sido puntos de interés en las agendas políticas, ni de las prácticas médicas más allá de la eugenesia que supone la erradicación de la anormalidad.

Tengo miedo torero de que no me des un besito. [7] Breves trazos de una cartografía vincular del desencanto

La sensación de no poder inventarnos un espacio cordial, de no poder habitarlo, de existir   en un mundo que silencia y vacía, que posee nuestros cuerpos hasta el punto de provocar          heridas que no solo no podrán curarse, sino que ni siquiera llegarán algún día a cicatrizar.            Melich, 2021

Recuerdo que en 2017 leí el libro de la escritora chilena Pedro Lemebel, titulado Tengo miedo torero, también recuerdo que me sentía identificada con el personaje principal, La Loca del Frente, una mujer trans enamorada de Carlos, un hombre de izquierda que luchaba contra la dictadura militar de Pinochet y que no correspondió su amor. Años atrás yo había conocido a un hombre llamado Carlos, fue un amor platónico, un amor que sólo se desarrollaba en mi imaginación y en las secuencias mentales de paisaje en los que yo le confesaba mi enamoramiento y él me correspondía. Carlos fue una persona más de mi lista de amores imposibles con las que yo recreaba vivencias sexuales-afectivas-eróticas que no pasaban del plano de la imaginación.

Hace unos días me vi la película inspirada en el libro de Lemebel, cuyo nombre es el mismo que el del libro, y estrenada en 2022. Cuando terminó la película sentí una profunda nostalgia entremezclada con rabia. Reflexioné, nuevamente, sobre lo identificada que me encontraba con el personaje principal, pero ya no desde el recuerdo de mi amor platónico Carlos, sino desde un vínculo sexo-afectivo con el cual compartí prácticas sexuales, las cuales observo ahora, fueron bastante precarias y sumida de maneras muy explícitas en las dinámicas patriarcales y capacitistas. Durante toda la película se muestra cómo la Loca del Frente comparte su energía, cuida, mantiene prácticas sexuales y dispone de sus recursos eróticos para con Carlos; sin embargo, al finalizar la película él nunca le dio un beso, no abrazó el cuerpo de la Loca, ni siquiera se acercó a su cuerpo con deseo, porque su objetivo como buen macho de izquierda no era compartir la vulnerabilidad, ni abrazar los dolores de la Loca, ni tampoco ser recíproco con los cuidados que ella le proporcionó. Creo que él no salió invicto del vínculo, que en sus prácticas se refleja la opresión que ejerce el patriarcado sobre la masculinidad y que encontró allí un lugar erótico diferente al que le proporcionaba su partido político.

La siguiente anotación es parte de mi diario personal y refleja esa similitud que encuentro entre la vivencia del personaje principal de la película y mi vivencia disca en relación con este vínculo sexo-afectivo:

Justo anoche xxx se quedó en mi casa, en mi cuarto. Un muchacho que conocí en la universidad y hacia el cual siento mucha atracción, hace mucho no me sentía así y nunca me había quedado con un hombre en mi cama. Por mucho tiempo sentí que no era erótica y que debido a mi cuerpo nadie me desearía.

Anoche tuvimos un encuentro sexual, a él no le gusta darme besos y eso me tensiona e incómoda. Esta mañana todo fue muy tranquilo, desayunamos y luego él se fue. Ahora me siento triste y vacía, tuve una clase virtual y he llorado durante toda la clase. (Notas de mi diario personal, 2020)

Ahora observo esta experiencia como el cúmulo de varias vulneraciones que ejerció esta persona hacia mí y que me sucedieron debido a mi ignorancia, al desconocimiento sobre las relaciones sexo-afectivas, estar por más de dos años en una relación hostil y descuidada, mientras que yo, como aquella travesti, disponía de mis energías para cuidar a este sujeto. Recuerdo que les preguntaba a mis amigas ¿es normal que cuando es una relación casual a una no le den besos? ¿Es común sentir que la otra persona se masturbara con mi cuerpo? ¿Por qué no me toca el cuerpo, ni me seduce, ni comparte su ternura conmigo? ¿Cómo la otra persona llega a considerar que una pueda ser su pareja? Ahora bien, al observar esta vivencia desde las propuestas de los Estudios Críticos en Discapacidad, recalco, como en renglones anteriores, que tales ignorancias no son sólo el producto de mi responsabilidad individual, ni de mi falta de astucia o mi capacidad de poner límites o de “porque no me di cuenta siendo tan inteligente” como me lo han dicho con constancia. En este sentido, García, A y Pié, A (2015) señalan que

Sobre esta cuestión se han señalado una serie de mitos que explican parte del porqué de esta tendencia a abusar y maltratar a las mujeres con discapacidad. Se trata del mito de la deshumanización, de la mercancía dañada,[8] la insensibilidad al dolor, la amenaza de la discapacidad y la indefensión. Todos ellos facilitan autojustificaciones de los agresores para exculparse. En resumidas cuentas, la idea generalizada es que si alguien no es considerado plenamente humano el delito no es tan grave. Si a esto añadimos la idea que la vida de aquella persona vale menos y siente menos –con el mito de que padece también menos– disminuye el posible sentimiento de culpa del agresor. Todo ello en un entorno que no reacciona del mismo modo a como lo hace con el resto de mujeres, al planear recurrentemente la duda sobre la veracidad del delito y el valor de aquel cuerpo dañado. (p. 57)

Paralelamente, descubro que el personaje de mi narrativa tenía encuentros sexuales con una mujer con parálisis cerebral, de más de 40 años y de un barrio popular. Él me contaba que aquella disca estaba muy apegada a él porque era el único hombre con quién ella se había sentido activa sexualmente. En su discurso, percepción y prácticas hacia el cuerpo de esta mujer, se materializaba lo que significa tratar a un cuerpo como mercancía dañada, de la misma manera sucedió conmigo. El agresor disminuía su responsabilidad y con ello su sentimiento de culpa, porque le hacia el favor a dos discas de permitir tener sexo con él.

Es en estas vivencias encarnadas en las que la teoría y prácticas socioculturales se hacen cuerpo, dolor, vergüenza, subjetividad, pero también es a partir de este diálogo constante e investigación crítica por dar cuenta de las maneras en las que colectivizar estas vivencias, politizarlas, cuestionarlas, nombrarlas y darles voz, toma relevancia transformadora, pues esto devela una fuerza epistémica, de producción de sentidos y significados que tiene la propia historia en el conocimiento de sí, del mundo y de sí en el mundo (Quintar, 2009). En este sentido resalto los aportes, líneas de fuga y agencias que me han permitido entrever, tanto en mi vida cotidiana como en mi práctica docente, los feminismos negros y los estudios latinoamericanos en discapacidad; así mismo, resalto que el diálogo entre estos dos paradigmas es una urgencia epistémica y un llamamiento a tensionar los lugares de precariedad a los que nos arrinconan tanto el sistema capacitista como el patriarcado.

Aperturas para seguir destejiendo/deshilachando/desbordando las violencias capacitistas/patriarcales en la relación sexualidad-discapacidad

Hay un otro, en medio de nuestras temporalidades y de nuestras especialidades, que es y ha sido todavía inventado, producido, fabricado, (re) conocido, mirado, representado e institucionalmente gobernado en términos de aquello que podría denominarse como otro “deficiente”, una realidad “deficiente” o bien, aunque no sea lo mismo, otro anormal.

Un otro cuyo cuerpo, mente, comportamiento, aprendizaje, atención, movilidad, sensación, percepción, sexualidad, pensamiento, oídos, memoria, ojos, piernas, sueños, moral etc., parecen encarnar ante tos y sobre todo nuestro más absoluto temor a la incompletud, a la incongruencia, a la ambivalencia, al desorden, a la imperfección.

Otro cuyo todo y cada una de sus partes se han vuelto objeto de una obscena y caritativa curiosidad, de una inagotable morbosidad. 

Sckliar, 2002

Reducir el ámbito de la sexualidad a las relaciones coitales, a la genitalidad o a la reproducción sería desconocer las amplias construcciones, entramados, entrecruzamientos, poéticas, sensibilidades, eróticas y estructuras que intervienen en las experiencias de la sexualidad, que en últimas viene siendo política y que además de ser una categoría de análisis implica relaciones de poder y construcciones sociohistóricas. En este sentido, Rodríguez y Moreno (2012) señalan que:

Hasta el momento se ha demostrado la importancia simbólica atribuida a la sexualidad y algunas de las razones que llevan a pensar eso, sin embargo, es importante conocer que la sexualidad no es un campo de un dominio unificado y que es construida en contextos de relaciones de poder que a través de mecanismos complejos genera dominación y oposición, subordinación y resistencia. (p. 32)

Así pues, desde esta perspectiva considero relevante continuar cuestionando y reflexionando sobre la privación de las experiencias de las sexualidades, a una sexualidad activa y al propio cuerpo; con esto me refiero a que las sexualidades discas, aquellas que están fuera del mercado heteronormativo de lo sexual, que desterritorializan los imaginarios normalizantes de las prácticas sexuales y que por lo tanto perturban, son inimaginadas socialmente, por lo que han sido lanzadas a los vacíos del silencio, a la invisibilidad y al desconocimiento de aquello que se ignora producto del sobre-conocimiento de las sexualidades hegemónicas, pues

El problema más claro en esta materia es su profunda invisibilidad. En general existe un gran desconocimiento sobre los altos índices de violencia dirigidos a mujeres con discapacidad -más en forma de un no-querer-saber sobre esto que por falta de datos. Algunos de los factores que contribuyen a mantener esta invisibilización son, en primer lugar, la tendencia milenaria a confundir actos violentos con formas legítimas de relación o tratamiento de la discapacidad. Esta cuestión, correlaciona con formas de violencia legales y legítimas y con las dificultades de profesionales y familiares para comprender algunas actuaciones como violentas al repetirse la tendencia a explicar lo que acontece por razón de su diversidad funcional. (García y Pié, 2015, p. 59)

Lo anterior me lleva a recordar que hace unos meses hablábamos con una amiga sobre el placer, la discapacidad y las prácticas sexuales. Ella me contaba que el hermano tiene una discapacidad cognitiva leve y que había estado saliendo con una mujer con síndrome de Down; sin embargo, la mamá de ella se dio cuenta y le prohibió volver a salir con el hermano de mi amiga. La señora, además de realizarle esta prohibición a su hija, habló con la mamá de mi amiga para que “no dejará a ese muchacho suelto”, porque de pronto podía violar a su hija. La mamá de mi amiga además de realizar esta prohibición al muchacho, le prohibió que se masturbara porque aquello podía “despertarle mucho su deseo sexual”. Es así que, por “represión o por imposición, la sexualidad de disca tiende a quedar interpelada por decisiones ajenas a sus propios deseos y voluntades” (Miguez. M, 2020 p. 13).

En este sentido, me interesa mencionar que las concepciones hetero-binarias de lo masculino y lo femenino, atravesadas por concepciones cristianas conservadoras y colonizadoras, conciben la feminidad como carencia, como falta, como símbolo de castidad/asexualidad o de perdición/hipersexualización, concepciones que son alimentadas y reproducidas por mitos e imaginarios sobre las personas con discapacidad en el ámbito de las prácticas sexuales, como por ejemplo: las personas con discapacidad no pueden generar sentimientos mutuos en una relación amorosa, no tienen intereses sexuales, no necesitan privacidad, son niños eternos, sus preocupaciones son más importantes que el sexo, tienen mucho amor para dar, no son atractivxs sexualmente, sólo lo son para otras personas con su misma condición, no requieren educación sexual, de eso no se habla con ellos, sólo piensan en sexo, entre un largo etcétera. Estos mitos, además del dolor personal se interseccionan con dolores sociales[9] que contribuyen a invisibilizar y naturalizar las violencias de género hacia las mujeres con discapacidad:

la violencia incluye muchas vertientes de diversa índole, a saber: aislamiento, maltrato psicológico, aborto coercitivo, esterilización forzosa, explotación económica, reclusión, sobremedicalización, abandono, etc. La violencia, por tanto, opera a muchos niveles, pero lo que la hace inamovible es su carácter invisible y normalizado, y ello sucede de un modo más radical en el caso de las mujeres con diversidad funcional. Es esta radicalidad lo que las convierte en subalternas de lo subalterno. (García y Pié, 2015, p. 69)

Por ello, es preciso continuar abriendo caminos para hablar de lo incómodo, de lo que socialmente es silenciado, de lo que ignoramos o de lo que creemos sólo pertenece a la “esfera de lo privado”, que el debate y las reflexiones sobre estos lugares continúen resquebrajando aquellas matrices de subordinación que nos llevan a vivir vidas invivibles, a la enajenación hacia nuestros propios cuerpos y las posibilidades por indagar, curiosear, experienciar nuestras sexualidades y ampliar nuestros horizontes de posibilidades. Es posible que el abordaje a este respecto desde los cuidados no sea la única vertiente posible:

los cuidados en sí mismos no son ni buenos ni malos, sino que dependerán de las condiciones sociales en las que emerjan. Y estas mismas condiciones, a su vez, pueden tomar multitud de formas en lo cotidiano. Lo que sí podemos afirmar es que los cuidados son en potencia peligrosos. Son capaces de doblegar al otro, coaccionarlo, imponerle y subyugarlo. Justo la situación de dependencia desigual o no recíproca de muchas situaciones exige un alto componente ético en la práctica de los cuidados, no solo subjetivo o individual, sino especialmente estructural y, por ello, también político. (Pié, 2020, p. 97)

En suma, lo aquí planteado hace parte de un activismo de la vida cotidiana con el cual estoy comprometida desde mi experiencia disca y mi devenir profa lisiada; son cinceladas para desnaturalizar lo cotidiano y politizar las experiencias de borde, hablar de lo que nadie o pocas personas quieren hablar y darle voz a aquellos dolores encarnados en nuestras cuerpas,  los cuales a la sociedad le molesta hacerse cargo; es poner a disposición esa vulnerabilidad problemática que interpela, incomoda y genera escozor; es ser incisiva con que también queremos follar, ser deseadas, erotizadas, construir afectos defectuosos; es propiciar otras vivencias en las cocinas, en los parques, en la academia y en las camas para desarticular escenas de hostilidad cómplices con las diferentes opresiones que nos atraviesan, desarticular las hostilidades con otrxs; es colectivizar los daños y las cicatrices que deja la heteronormatividad en las cuerpas, empalabrarlo con lxs amigxs y compartir cuidados; es habitar el dolor furioso en manada. Así como nos lo ladra Itziar Ziga “una perra sola es una perra muerta, una manada es un comando político” (2009 , p. 10) y por supuesto, nada sobre nosotrxs sin nosotrxs.

Referencias  

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[1] Mujer chueca (discapacidad física). Licenciada en Educación Comunitaria con énfasis en derechos humanos egresada de la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia. Experiencia pedagógica con mujeres, jóvenes, personas con discapacidad, disidencias sexo/genéricas y personas adultas. Profesora e investigadora en género y sexualidad desde enfoques de las pedagogías feministas con perspectivas anticapacitistas. Correo electrónico: inpuentess@upn.edu.co

[2] Entiendo el deseo como una potencia que configura posibilidades de mundo que, a la vez, son constructos históricos, y por lo tanto se convierten en cinceladas interiorizadas, de tal manera que se aspira o se pretenden para sí determinadas posibilidades de mundo y se descarten otras.

[3] Me refiero a el lugar de las experiencias radicales de cuerpos con discapacidad. Lo disca implica tensionar las configuraciones e imaginarios alrededor de las vivencias que desbordan la normalidad, ello, develar cómo operan las matrices de opresión e identificarlo como un asunto político y por lo tanto colectivo.

[4] El nombrarme como profa en lugar de profe, ha sido un camino y un lugar político para nombrar la experiencia de los cuerpos fronterizos en el lugar de la academia y sobre todo lo que implica el ejercicio docente reconfigurado desde los lugares de enunciación atravesados por distintas categorías de opresión (discapacidad, género, clase, raza, deseo sexual). Así mismo considero importante la incomodidad que genera este lugar de enunciación y la posibilidad de abordar desde allí las exclusiones, segregaciones, explotaciones, desigualdades que experimentamos los cuerpos feminizados en el sistema educativo.

[5] En los discursos de inclusión se habla, porque claramente aún no es una realidad, del derecho a la accesibilidad de las personas con discapacidad a las diferentes instituciones, como de salud, educativas, culturales, etc. Pero no se habla explícitamente de las experiencias del placer y las prácticas sexuales en los encuentros con otros cuerpos y/o con asistencias. En este sentido, considero que la experiencia disca del sexo existe, pero que también ha sido borrada, cohibida y silenciada por los discursos y prácticas institucionales

[6] En las dos primeras olas del feminismo, la discapacidad no fue discutida, ni problematizada como una matriz de opresión ni como eje importante de las construcciones socioculturales de la subordinación de los cuerpos y subjetividades. Son las mujeres con discapacidad, movimientos sociales, colectivos de base y algunos lugares de enunciación académica quienes tensionan la discapacidad dentro del feminismo. De hecho, muchos de los roles y modelos que las feministas denuncian cómo construcciones culturales opresoras (la maternidad, el cuidado, la sexualización del cuerpo femenino) son precisamente los que las mujeres con diversidad funcional tienen negados (García-Santesmeses y Pié, 2015)

[7] Mis acercamientos literarios a Pedro Lemebel fueron a partir de una clase de Pedagogías Queer en la que un compañero dijo “a nosotrxs nos pasa lo que dice Lemebel, tenemos cicatrices de risas en la espalda”, luego de escuchar eso me invadió un profundo llanto y empecé a indagar sobre el autor de esas potentes palabras. Pedro Lemebel o La mariquita linda, como yo le digo, es unx escritorx y artista con el cual me encuentro desde la amorosidad rabiosa en sus letras y apuestas políticas y a quien considero es inaplazable leer. Por otra parte, el “besito” lo uso como símil del sentirse deseada, bien querida, seducida, cuidada.

[8] Categoría marxista que se refiere a una metáfora que permite entrever la concepción social de la discapacidad mediante la cual se compara el cuerpo disca con una mercancía que al ser dañada es inservible/desechable y por lo tanto al infringirle dolor es menos importante o carente de importancia, ya que per se es un cuerpo dañado.

[9] El dolor social aparece como aquella violencia epistémica y simbólica que, cruzada por lo cognitivo y la sensibilidad, dice cómo es el mundo y prepara a los sujetos para aceptarlo. En sus efectos sobre los cuerpos y sensibilidades, el dolor social se presenta como la acción sintomática de cartografías del des-ánimo y la des-estructuración. El dolor anestesia y también es el reverso cómplice y necesario de la mercantilización del mundo donde los cuerpos pierden sus energías y cromaticidades

Ingrid Natalia Puentes Salamanca

Licenciada en Educación Comunitaria con énfasis en derechos humanos egresada de la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia. Experiencia pedagógica con mujeres, jóvenes, personas con discapacidad, disidencias sexo/genéricas y personas adultas. Profesora e investigadora en género y sexualidad desde enfoques de las pedagogías feministas con perspectivas anticapacitistas.

https://orcid.org/0009-0000-5683-6956
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