Del yo al nosotros: guardianas y guardianes del territorio.
Rosario Torres[1]
Resumen: El presente documento es una sistematización reflexiva del proceso formativo de las guardianas y guardianes del territorio, un programa impulsado por el Centro de Educación Ambiental y Cultural Muros de Agua José Revueltas, ubicado en la Reserva de la Biosfera de Islas Marías. Espacio que se resignifica como lugar de aprendizaje, memoria y transformación colectiva, especialmente para juventudes comprometidas con la defensa del territorio y la justicia socioambiental. Este proceso formativo se sustenta en la educación popular, desde una perspectiva crítica y emancipadora que valora los saberes comunitarios y el diálogo. Además, el proceso ha derivado en la creación y consolidación de la Red Nacional de guardianas y guardianes del territorio, que articula a juventudes de todo el país en acciones colectivas, encuentros nacionales y construcción de agendas políticas. El texto se enuncia, desde una voz en primera persona, que transita del yo individual al nosotros colectivo. La enunciación proviene de una mujer integrante del equipo Muros de Agua, quien reconoce el proceso no sólo como educativo, sino también como ético y político. A lo largo del documento se entretejen relatos, experiencias y aprendizajes que visibilizan la importancia del acompañamiento, la escucha, la resignificación del espacio y la acción transformadora desde los territorios.
Palabras clave: juventudes, territorio, educación popular, colectividad, resistencia.
Lo que hoy lees en papel, lo cual, en estos momentos de la historia, es revolución.
Daniela Z. Camarena
La reflexión, que transita en primera persona singular (“yo”) hacia un “ellas y ellos” situado en los territorios y en una isla, constituye el espacio desde donde se teje esta mirada y desde donde se mantendrá esta voz a lo largo del desarrollo narrativo.
El proceso formativo de guardianas y guardianes del territorio, impulsado por el Centro de Educación Ambiental y Cultural “Muros de Agua José Revueltas” —ubicado en la Reserva de la Biosfera de Islas Marías—, encuentra sentido en un lugar al que José Revueltas dio su nombre, tras haber estado allí en dos ocasiones (ilustración 1). Con ello, se establece el punto nodal de esta reflexión.
Historia en presente
Islas Marías es un archipiélago de cuatro islas en el Caribe mexicano: María Madre, María Magdalena, María Cleofas y San Juanito. La Isla María Madre, desde su adquisición por Porfirio Díaz en 1905, se convirtió en una colonia penal. Bajo esta condición, fue habitada por miles de personas privadas de su libertad. No fue sino hasta 2019 que el centro penitenciario cerró sus puertas para convertirse en un espacio abierto para las artes, la cultura y el cuidado del medioambiente, resignificando su nombre y sentido. Donde antes hubo crueldad y oscuridad, hoy hay un espacio de luz, revitalizado a partir de la primera generación de guardianas y guardianes del territorio en noviembre de 2020.
Es en 2023 cuando el “yo” se incorpora al proceso formativo del programa Guardianas y Guardianes del Territorio, en un momento en el que ya se habían desarrollado siete generaciones centradas en temáticas de educación ambiental y defensa del territorio. La integración se produce de manera inmediata y sin una inducción previa, como respuesta a la necesidad de fortalecer el equipo de trabajo ante el inicio de una nueva generación programada para enero de ese año.
El primer ejercicio de formación en el que participa corresponde a la octava generación, dirigida a jóvenes del Alto Golfo de California y del Delta del Río Colorado. Esta generación marca un punto de inflexión en el programa al ser la primera en desarrollarse bajo una temática específica: la reconstrucción del tejido social y la cultura de paz. A partir de entonces, las siguientes generaciones asumieron temáticas alineadas con la agenda política ambiental impulsada por la entonces secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales, María Luisa Albores González.
Las siguientes propuestas temáticas fueron:
Novena generación: la importancia de la organización comunitaria como vía de reivindicación de los pueblos por la defensa del territorio y alternativas sustentables ante megaproyectos.
Decima generación: reconstrucción del tejido social ante conflictos agrarios en la Selva Lacandona.
Undécima generación: impulsar procesos comunitarios con perspectiva de juventudes para contribuir a la atención de la problemática de la muerte masiva de abejas y otros polinizadores, desde el enfoque de la educación popular ambiental.
Duodécima generación: promover la gestión comunitaria para la defensa del territorio y la vida, desde la perspectiva de las juventudes en contextos periurbanos
Construcción colectiva en clave de educación popular
El proceso formativo se sustenta en el posicionamiento y las posibilidades que ofrece la educación popular —la que Paulo Freire (2022) definiría como un acto profundamente humano y esperanzador—. Esta constituye el fundamento metodológico y epistemológico de una propuesta pedagógica crítica, dialógica y situada, que parte del reconocimiento del saber de las juventudes y las comunidades como punto de partida para la construcción colectiva del conocimiento. Desde esta perspectiva, el proceso formativo pretende trascender la lógica bancaria de la educación tradicional para convertirse en un espacio de reflexión, transformación y acción, donde se articulan experiencias, memorias y saberes diversos en función de las realidades concretas de las y los sujetos, haciendo valer la educación como un derecho.
Este posicionamiento implica una clara intencionalidad política y ética: formar desde y para la emancipación, la justicia social y la dignidad humana. En este sentido, la educación popular no sólo es un método o una herramienta pedagógica, sino una apuesta de vida que busca transformar las estructuras de poder y las relaciones desiguales mediante el fortalecimiento de la conciencia crítica y la capacidad de agencia de quienes se consideran actores estratégicos en los territorios, dado que serán quienes hereden y sostengan los sistemas de organización local y las formas de vida que permiten la reproducción sociocultural.
El proceso formativo, entonces, se concibe como una experiencia viva, dialógica y situada, que reconoce el contexto, la historia y la cultura de quienes participan, dando lugar a comunidades vivas de aprendizaje. Bajo esta concepción, el acompañamiento se desarrolló a lo largo de un año, articulado en tres momentos que respondieron al objetivo general propuesto por el Centro.
Primer momento. Se contempló el trabajo en territorio para la difusión de la convocatoria, de forma paralela al diseño de la malla curricular, la elaboración de materiales didácticos, la conformación del equipo de facilitadores (servidores públicos del sector ambiental) y la selección de los treinta perfiles de guardianes (15 mujeres y 15 hombres). Esta etapa finalizaba con el taller de formación de formadores y el curso propedéutico.
Segundo momento. Consistió en un proceso formativo intensivo de quince días en Islas Marías, donde se fortalecieron los vínculos comunitarios, los saberes colectivos y las herramientas metodológicas para la acción.
Tercer momento. Implicó el acompañamiento y seguimiento en territorio, por medio de la implementación de los Planes de Acción Comunitaria, con énfasis en la construcción colectiva de soluciones y en el fortalecimiento de capacidades locales.
La sistematización de la experiencia permitió visibilizar las dinámicas de aprendizaje, los logros y desafíos, así como los sentidos y resignificaciones construidos de manera colectiva —lo que, más adelante, derivaría en la generación de un proceso de organización por las y los guardianes del territorio—. Al documentar y reflexionar críticamente sobre lo vivido (en algunos casos, con el acompañamiento de la institución), se recuperaron aprendizajes que han nutrido nuevas prácticas, abonando, como tierra fértil, las estrategias formativas futuras, tanto para ellas y ellos como para el Centro, en el fortalecimiento del tejido organizativo y comunitario. Ejemplo de ello es la integración de guardianes del territorio como trabajadores de las Áreas Naturales Protegidas (ANP) Lago de Texcoco en el Estado de México y Sierra de San Miguelito en San Luis Potosí, donde aportan a las estrategias de educación ambiental y actúan como voceros entre la comunidad y la institución.
En síntesis, la educación popular no sólo posibilita el desarrollo de capacidades individuales y colectivas en el proceso formativo de las guardianas y guardianes del territorio, sino que habilita escenarios para la transformación social, en los que la formación se convierte en una herramienta de lucha, resistencia y creación de alternativas desde los territorios.
Experiencia formativa: Islas Marías
El paso por la isla, en compañía de ellas y ellos, fue para el “yo” una experiencia marcada por el compromiso, la cercanía y el cuidado. ¿Cuánto se compromete y se expone una persona cuando existe distancia y, al mismo tiempo, se garantiza lo básico para la vida[2] —como el alimento y el techo—, en un lugar donde la conectividad es casi nula y la única conexión posible es con ese otro y esa otra, además de la inmensidad del océano?
Compromiso es la palabra clave en este momento del proceso formativo, y quizás también el detonante de algo que cada guardián y guardiana descubre y define a su manera. En medio de todo ello, también se transforma el “yo”. La estancia en la isla dura dos semanas, con un ritmo de trabajo exigente que implica, para el equipo responsable, una presencia constante, disponible las 24 horas del día.
El segundo día marca un punto de inflexión a través del ejercicio llamado Laboratorio de la Indignación, Memoria Histórica y Resistencia, cuyo propósito es generar un sentipensar colectivo entre todas las personas participantes. Este ejercicio permite conocer y comprender los territorios que habitan, especialmente aquellos de las y los guardianes. En ese momento, razón y emoción no se separan: se integran, se vuelven una sola.
Su ejecución requiere al menos 24 horas y lo elabora el equipo de Muros de Agua, con el apoyo de facilitadores (personas, servidoras públicas del sector ambiental). Se acondiciona el salón “Caracol”: cuatro paredes en blanco, materiales didácticos y un archivo fotográfico de las generaciones pasadas y la presente. Es el material con el que se dispone para generar un museo libre.
Cada pared se dedica a una temática: la indignación, la memoria histórica y la resistencia. El objetivo es transformar ese lienzo en blanco en una obra viva: colocar fotografías, recortes de periódico (ilustración 2), intervenirlos con detalles según la temática, instalar libretas del sentipensar, siluetas de cuerpos para intervenir, una mesa de pintura, instrumentos, y seleccionar la música que ambientará el ejercicio. Al final, se disponen dos elementos importantes: el caracol de la palabra y la pared de las y los guardianes del territorio, donde se exhiben fotografías de generaciones anteriores y las notas que dejan para quienes vendrán.
Cada instalación del laboratorio es un trabajo curatorial distinto, libre y significativo.
Una vez que todo está instalado, sólo queda esperar a que el suceso se desarrolle. Se da la entrada al espacio y cada quién se encuentra con él a su propio ritmo. Se otorga el tiempo necesario para la intervención creativa, hasta llegar al momento de sostener un diálogo introspectivo en el que las guardianas y guardianes, con libertad, comparten su sentir, deseos, tristezas, reservas y otros aspectos personales. Se genera entonces una complicidad, un acercamiento más genuino con ese otro (ilustración 3).
En este punto, el “yo” ha mantenido una postura crítica, cuestionando si es necesario llevar la emoción al límite durante el proceso formativo en la isla. En su momento, no había una respuesta clara. Sin embargo, con el tiempo —y a través de las voces y palabras de las y los guardianes, quienes valoran y celebran el espacio vivido—, surge una reflexión más amplia sobre la necesidad de contar con espacios de escucha, de cercanía. El escepticismo del “yo” se modera.
Esto ocurre durante el segundo día. Lo que sigue es un proceso intensivo de formación teórico-práctico, basado en los contenidos establecidos en la malla curricular, diseñada según la temática y los objetivos de cada generación. Entre los módulos base se incluyen: educación popular, conocimiento de un anp, técnicas agroecológicas para una soberanía alimentaria, y técnicas metodológicas para la elaboración de Planes de Acción Comunitaria (PLAC).
A lo largo del proceso, surgen momentos que implican enfrentar vicisitudes: accidentes que resultan en lesiones y obligan al equipo de Muros de Agua a activar un plan para trasladar a las y los guardianes al continente para garantizar su atención médica. El servicio de salud en la isla es de primer nivel, lo cual genera un replanteamiento en el equipo, ya que la salida de alguno de sus integrantes afecta la organización y logística de la estancia.
Por otro lado, el acompañamiento emocional a las y los guardianes se vuelve cada vez más necesario con el paso de los días. La vida en el continente no se detiene, y es inevitable que en ciertos momentos piensen en lo que está ocurriendo allá: algunos son madres o padres, otras y otros cuidan a familiares cercanos, y para muchos esta es la primera vez que se alejan tanto de sus hogares. Cada quien va encontrando —según la empatía, la afinidad o la intuición— a esa persona con quién puede conversar y expresar lo que va sintiendo[3]. En la memoria del “yo” se conservan momentos en los que se tejen vínculos de confianza, en los cuales se deposita el compromiso y la responsabilidad con ellas y ellos. Es la cercanía uno a uno que impulsa el Centro.
Uno de los momentos más significativos para las y los guardianes es el trabajo práctico en la Granja Agroecológica “El Rehilete” (GIAR). Este espacio fomenta el trabajo en equipo y el contacto directo con la tierra. Allí, los sentidos se activan y el cuerpo se convierte en herramienta de trabajo: comparten técnicas de cultivo, elaboran biofertilizantes, hacen composta, participan en procesos de reforestación de arbóles nativos, e incluso, en la novena generación, construyeron una estructura geodésica (ilustración 4).[4]
Un momento memorable fue cuando la voz de un guardián expresó: “no necesito que me enseñen algo que ya conocí y aprendí desde que nací”. El comentario fue bien recibido. Se respondió que el propósito no es imponer un saber, sino practicar un “enseñémonos”, una invitación a compartir saberes: “muéstrame cómo lo haces, para enriquecer el aprendizaje y compartirlo con quienes vuelvan a pisar esta tierra” (ilustración 5).
Además de las actividades formativas, se realizan visitas a sitios de interés histórico y simbólico en la isla María Madre. Espacios que narran historias de trabajo forzado, exposición extrema al sol y castigos corporales: la Salinera, la Calera y el Faro —cercano al apando, una jaula de castigo bajo el sol abrasador; quienes eran confinados allí debían permanecer inmóviles, ya que el más leve roce causaba quemaduras severas—, y la Laguna del Toro, donde se instaló un pabellón de máxima seguridad inspirado en el sistema penitenciario estadounidense, durante la última etapa del centro penitenciario en el siglo xxi (ilustración 6).
En este recorrido, se propone resignificar los espacios a través de una dinámica llamada “el trueque”: cada guardián, guardiana y facilitador lleva un objeto representativo y significativo para intercambiarlo simbólicamente, llevándose consigo un fragmento de memoria del otro.
También se visita el panteón en un recorrido nocturno que busca generar una atmósfera de asombro, evocando los relatos de quienes hoy descansan allí. El museo de sitio permite recorrer la línea de tiempo de la isla, desde los personajes históricos como José Revueltas, hasta las actuales guardianas y guardianes del territorio, quienes ya forman parte de la historia viva del lugar. Otro espacio significativo es el centro Muros de Agua, donde se recorren los murales pintados por exreclusos, quienes plasmaron la historia de la isla con sus propias manos y miradas.
Finalmente, llega uno de los momentos más esperados: la estancia recreativa en la playa Chapingo —la única playa habilitada— donde las y los guardianes pueden practicar esnórquel, apreciar la fauna marina, jugar voleibol o simplemente descansar bajo el sol (ilustración 7).
Otro momento central del proceso formativo es el abordaje de los PLAC, que consisten en las propuestas de proyecto que las y los guardianes desarrollarán una vez que regresen a sus territorios. Este momento representa el paso de la reflexión a la acción: el punto en que lo aprendido comienza a traducirse en una iniciativa concreta, con sentido comunitario de defensa de los territorios.
El trabajo con los PLAC permite organizar equipos por afinidad o por coincidencia temática, definir líneas de acción estratégicas y, sobre todo, establecer compromisos colectivos desde una lógica situada. En esta etapa también se elige a las y los facilitadores que acompañarán los procesos en territorio, reforzando el vínculo pedagógico entre quienes guían y quienes protagonizan las acciones.
El abordaje de los PLAC no sólo permite articular los saberes construidos a lo largo de la formación, sino que también abre un espacio para proyectar, imaginar y planificar transformaciones posibles desde la propia comunidad, afirmando la capacidad de agencia de las y los guardianes del territorio.
En un acto de declaración del “yo”, el momento de trabajo con los PLAC es algo que le atraviesa de manera profunda. Hay una mezcla entre expectativa, duda, emoción y también una especie de incertidumbre. Es como si todo lo vivido hasta ese punto —las caminatas, los diálogos, los silencios, las incomodidades, las risas y las preguntas— encontrara una forma, un cuerpo, una intención colectiva.
Mirar a las y los guardianes reunirse en torno a una idea que nace desde sus propias realidades me conmueve. No es sólo que “planteen un proyecto”, es que se atreven a imaginar una posibilidad, a ponerle nombre y estructura a algo que resuena en sus territorios. En ese ejercicio no hay fórmulas: hay escucha, negociación, ensayo y error. Hay cuidado.
Hay momentos, como este en particular, en los que se aprende a soltar el control. Dejar de ser quien guía cada paso para convertirse en un “yo” que acompaña y confía en las y los guardianes. Saber que lo importante no es que en el papel el Plan de Acción Comunitaria quede perfecto y bien diseñado, sino que sea significativo para quienes lo construyeron, porque será el piso que sostenga el quehacer al regresar y el ancla de quienes decidieron construir lazos colectivos a través de él. Al recordar esto, vuelve a la memoria del “yo” la metáfora de ser un puente y no un muro: acompañar para sostener procesos, no para dirigirlos.
Sin saberlo, los PLAC propiciaron también el enfrentamiento con ciertas urgencias: el deseo profundo de que, al regresar al territorio, todo salga bien; de que no se diluya la esperanza de lo compartido en la isla. Una responsabilidad silenciosa que, sin nombrarse, habita el inconsciente colectivo (ilustración 8).
Del aprendizaje a la acción: el retorno al territorio y la construcción de la Red Nacional de Guardianas y Guardianes del Territorio
Lo que emerja echará raíces.
¿Qué implica el retorno al continente, ese nombrado territorio? Una respuesta simplificada diría que se trata de volver a la cotidianidad: atender aquello que se dejó en pausa, lo que se fue acumulando y exige pronta resolución; reencontrarse con la familia, con amistades, y también con las problemáticas que, lejos de haberse resuelto, continúan presentes.
Esperar a que las condiciones sean ideales para comenzar la ejecución de un Plan de Acción Comunitaria es una mera ilusión. El territorio es complejo y, romantizarlo —al igual que idealizar a la comunidad— es una postura que las y los guardianes no eligen. Durante su paso por la isla lo expresan con claridad: ser escuchados, incidir en la toma de decisiones, encontrar legitimidad en su palabra, es profundamente difícil. A menudo se les juvenea[5], y eso —además de ser un gesto adultocentrista— constituye un acto de invalidación hacia su criterio y su capacidad de análisis.
Desde el imaginario colectivo y comunitario, las juventudes son enunciadas como herederas del conocimiento y la esperanza del futuro. Sin embargo, esa esperanza no siempre se traduce en espacios reales de participación. Nombrar esta tensión permite delinear, aunque sea de forma incipiente, el escenario al que se enfrentan las y los guardianes al regresar a sus territorios.
A pesar de ello, su tenacidad no se debilita; por el contrario, se fortalece en el acompañamiento entre pares, que celebran cada acción construida en colectivo. Estas acciones –más allá de estar contenidas en un Plan de Acción Comunitaria– son fruto de procesos de organización, diálogo y vinculación genuina con sus comunidades. En este sentido, cada paso dado por ellas y ellos es un acto emancipatorio: no en términos abstractos, sino como expresión concreta de su capacidad de agencia, de apropiarse de su lugar en el territorio y de participar activamente en la transformación de su realidad.
El acompañamiento y las jornadas en los territorios permitieron al equipo de Muros de Agua reencontrarse con las y los guardianes, esta vez en sus propios espacios: en sus comunidades, en sus paisajes cotidianos, en sus luchas. Ellas y ellos ahora eran quienes abrían las puertas, quienes guiaban el recorrido, quienes mostraban con orgullo su territorio (ilustración 9).
Desde esta primera persona, el “yo” reconoce que este es el momento de la siembra: la confirmación de que lo vivido y aprendido en la isla no se quedó allá, aislado en la memoria o en el papel. Por el contrario, regresó al territorio transformado en acción, en propuesta, en vida concreta. Ver cómo cada guardiana y guardián llevó su experiencia al encuentro con su comunidad, con sus problemas y esperanzas, es testimonio de que la formación no fue sólo un tránsito, sino un punto de inflexión. Ahora bien, esto no ocurrió para todas y todos; al regresar a los territorios, algunas personas tomaron la decisión de abandonar el proceso por diversas razones: económicas, familiares, de tiempo o de convicción.
En 2022, en el marco de la primera Feria del Maíz celebrada en el Área Natural Protegida Sierra de San Miguelito, en San Luis Potosí, un pequeño grupo de guardianas y guardianes —pertenecientes entonces a las primeras siete generaciones—, impulsados por el ímpetu de la coordinadora del equipo de Muros de Agua, se aventuró, con sus propios recursos, a asistir a dicha feria. Ahí dieron el primer paso hacia la conformación de la Red Nacional de Guardianas y Guardianes del Territorio, con el objetivo de crear un espacio que albergara y amplificara las voces de juventudes en defensa del territorio, a nivel nacional (ilustración 10).
Esta iniciativa marcó el inicio de un primer esquema de organización interna: se nombraron dos representantes, quienes asumieron los cargos de presidente y secretario, y se distribuyeron tareas de coordinación entre representantes estatales y de generación, proceso que se gestaba a pocos días de finalizar la estancia en la isla.
Fue entonces cuando surgió un sentido más profundo de apropiación del ser guardiana o guardián del territorio. Comenzaron a nombrarse desde un lugar propio, construyendo colectivamente el significado de su rol. Así lo expresan en sus propias palabras:
Implica ver la parte social, es decir, promover la participación comunitaria, porque las iniciativas se tejen de mejor forma si se construyen con varios actores, internos o externos, y además pueden tener mayor impacto. Por lo tanto, no se puede pensar en el cuidado del territorio sin el cuidado del tejido social, ya que estas partes se complementan y pueden trabajarse de manera paralela. Esto no quiere decir que las acciones individuales o iniciativas pequeñas no importen, sino que son de suma relevancia, porque desde ahí se puede partir. (Guardián de la sexta generación, Veracruz)
Ser una guardiana es ser la diferencia, es no estar de acuerdo con ciertos pensamientos, actitudes y acciones dentro de mi comunidad. El papel de una al salir de la isla es comprometerse a nunca dejar de aprender, pero, sobre todo, a transmitir la preocupación alarmante por el deterioro del medioambiente, causado por las acciones del ser humano. Por ello, la importancia de ser vocera y protectora de nuestro territorio, siempre con amor y convicción. (Guardiana de la décima generación, Chiapas)
Con miras a conmemorar el primer encuentro, se impulsaron los esfuerzos necesarios para organizar el Segundo Encuentro Nacional de la Red de Guardianas y Guardianes del Territorio, nuevamente en el marco de la Feria del Maíz en San Luis Potosí. Esta vez, se contó con recursos asignados por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP), lo que permitió ampliar la participación y consolidar el trabajo previo.
Al encuentro asistieron veintitrés guardianas y guardianes provenientes de doce estados de la República Mexicana, además de cuatro representantes locales, sumando un total de veintisiete participantes.
El objetivo central de este segundo encuentro fue fortalecer las capacidades organizativas de la Red, definir una agenda estratégica común y consolidarse como un sujeto colectivo y político en la construcción de políticas públicas orientadas al cuidado de los bienes naturales y al buen vivir de sus pueblos.
Como resultado del encuentro, se conformó una comitiva organizativa integrada por los siguientes cargos: presidente, secretario y tres vocales. El periodo de gestión de la comitiva fue asignado por seis meses. Asimismo, se elaboró un pliego petitorio dirigido al entonces titular de CONANP, Adán Humberto Peña Fuentes, con el fin de dar seguimiento y respuesta a los acuerdos generados en las seis mesas de diálogo realizadas durante los cuatro días del encuentro.
Finalizando el primer trimestre de 2025, la Red llevó a cabo su segundo proceso de renovación de la comitiva organizativa. Fue esta nueva comitiva la que, en coordinación con el equipo del Centro de Educación Ambiental y Cultural Muros de Agua José Revueltas, asumió el reto de organizar el Tercer Encuentro Nacional de la Red, esta vez en Ciudad de México, con el propósito de lograr la mayor representación posible de guardianas y guardianes del territorio.
La organización de ese encuentro no fue sencilla. Implicó una constante y estrecha comunicación entre todas las partes involucradas, cuidando cada detalle para que la logística y la experiencia colectiva resultaran satisfactorias. Gracias a dichos esfuerzos, se logró reunir en el marco de dos días a noventa guardianas y guardianes provenientes de veintitrés estados de la República, lo que convirtió al tercer encuentro en el más representativo hasta el momento.
El objetivo de esta edición fue generar un espacio de diálogo conjunto entre la Red Nacional de Guardianas y Guardianes del Territorio y el Centro Muros de Agua, con el fin de consolidar la identidad colectiva de las y los guardianes, fortalecer su incidencia territorial, y contribuir al fortalecimiento de la CONANP desde la perspectiva de las juventudes.
El tercer encuentro se organizó bajo el esquema de mesas de trabajo, conversatorios, paneles de discusión, plenarias y actividades que incentivaran la organización y la identidad. Uno de resultados fue un pronunciamiento por parte de la Red, entre otros documentos.
Lo que resta también es lo que comienza
En los últimos años, las juventudes se han hecho visibles como actores clave en la defensa del territorio frente al avance de problemáticas ambientales que amenazan la vida, la cultura y los ecosistemas locales. Desde la propuesta de la educación popular, el aprendizaje se entiende como un proceso horizontal, que reconoce que todas las personas poseen saberes valiosos construidos desde la experiencia.
En este marco, las juventudes rurales, urbanas e indígenas han comenzado a fortalecer su identidad como defensoras del territorio, reconociendo la importancia de su rol en la sostenibilidad ambiental y en la preservación de los bienes comunes. En palabras de una guardiana: “Derivado de este proceso, yo tenía la idea de que tenía que salir de mi territorio. Ahora quiero luchar por él. No quiero salir” (Guardiana de la primera generación, Estado de México).
A lo largo del proceso, se han recuperado experiencias significativas en las que las y los guardianes del territorio han impulsado acciones de formación comunitaria, mapeo de problemáticas socioambientales, recuperación de semillas nativas, defensa del agua, resistencia frente a proyectos extractivos y la construcción de alternativas económicas sustentables. Estas acciones no surgen únicamente como respuesta a las amenazas, sino como ejercicios de autonomía, dignidad y cuidado del entorno.
Uno de los aprendizajes que emergen de estos procesos es que el conocimiento no reside únicamente en los libros, sino también en la tierra, en las prácticas comunitarias, en la memoria ancestral y en la capacidad de los pueblos para organizarse y resistir. Recuperar estos saberes implica no sólo visibilizar la resistencia, sino también la creatividad y la esperanza que las juventudes siembran cada día.
Frente a un modelo de desarrollo que prioriza el lucro por encima de la vida, las juventudes defensoras del territorio muestran que otro mundo es posible: uno en el que la tierra, el agua y la vida misma se defienden desde el amor, el cuidado y la organización colectiva.
Actualmente, la Red enfrenta las consecuencias de condiciones estructurales que siguen sin garantizar lo más básico para su vida. La mayoría de sus miembros se ven absorbidos por la necesidad de sostener su cotidianidad y, en muchos casos, la violencia creciente en sus territorios se vuelve una amenaza constante.
Sostener la organización no ha sido tarea sencilla: se requiere de recursos humanos y materiales que, hasta ahora, no se han podido gestionar del todo. Sin embargo, el ritmo es lento, y esa lentitud puede ser terreno fértil para que germinen la desesperanza, la incertidumbre y el abandono. Pese a ello, la Red resiste y, como en todo proceso organizativo, genera un momento de retorno a la lucha.
Ante lo sistematizado, cabe preguntarse: ¿qué entra y qué no en una sistematización de experiencias? ¿Qué es válido sistematizar y que se reserva? Al respecto, Jara señala: “las experiencias son procesos sociohistóricos dinámicos y complejos, personales y colectivos. No son simplemente hechos o acontecimientos puntuales. Las experiencias están en permanente movimiento y abarcan un conjunto de dimensiones objetivas y subjetivas de la realidad histórico-social” (Jara, 2018, p. 52).
Estas son algunas de las preguntas que el “yo” se plantea tanto al inicio como al cierre de un ejercicio como éste. El compromiso y la convicción son lo que, a lo largo de casi tres años, siguen orientando su quehacer. Ese “yo” está situado en ellas y ellos, quienes se vuelven su causa, su motivo para sostener una lucha constante en defensa del territorio.
Cuando el “yo” vislumbró la posibilidad de hacer este ejercicio, se tomó un tiempo para considerar si era prudente llevarlo a cabo, pues lo que se expone aquí es la vida misma y la lucha por ella. Una lucha compartida que, sin encontrar aún todas sus explicaciones, instaló a ese “yo” en espacios como éste, y que espera, más adelante, llegar a otros, bajo el abrigo de los principios que cada guardiana y guardián le compartieron (ilustración 13).
Retomando la pregunta planteada en párrafos anteriores, es importante señalar que, deliberadamente, no se han expuesto ciertos aspectos y detalles del proceso formativo, ni se han hecho puntualizaciones sobre actores específicos. Esto obedece tanto a un principio de resguardo de derechos como a la decisión ética y política de colocar en el centro el ejercicio colectivo construido por ellas y ellos.
De igual forma, este podría ser el momento propicio —dentro del desarrollo del texto— para nombrarles. Sin embargo, como acto de coherencia con el posicionamiento político que atraviesa esta sistematización, se opta por reconocerles desde su construcción y apropiación colectiva: son y se nombran guardianas y guardianes del territorio.
Finalmente quiero dedicar en clave de pronunciamiento lo siguiente:
A ellas y ellos,
a las y los que nombran Guardianas y Guardianes del Territorio,
a quienes caminan desde la raíz, con la dignidad de los pueblos y la fuerza de la tierra.
Desde esta primera persona que escribe, observa, escucha y acompaña, va esta palabra como semilla de gratitud y confianza.
Por cada paso dado, por cada pregunta formulada, por cada gesto de cuidado en medio del cansancio, por cada risa compartida entre la incertidumbre y la convicción en lo común.
Por el coraje de mirar de frente el despojo y aun así sembrar, resistir, crear.
Por recordar que la vida no se negocia, que el territorio no es mapa, sino cuerpo, historia y memoria viva.
Por enseñarme —enseñarnos— que la lucha no es sólo resistencia, sino también ternura, organización y futuro.
Les dedico esta palabra que no pretende encerrar nada, sino abrir caminos.
Que el pronunciamiento que han tejido sea también abrazo y brújula para quienes vendrán.
Y que nunca olviden que aquí, desde este lado de la escritura, hay un “yo” que sigue creyendo con ustedes:
¡Por la percepción de verles libres, autónomos y persistentes!
A manera de cierre
El Centro de Educación Ambiental y Cultural Muros de Agua José Revueltas cerró en 2024 la primera fase de su proyecto formativo, logrando la participación de 348 jóvenes provenientes de 23 estados del país, organizados en doce generaciones de guardianas y guardianes del territorio. Esta etapa constituyó una apuesta política por la formación de juventudes críticas, con capacidad de agencia y arraigo territorial.
La pausa generada por la veda electoral interrumpió, temporalmente, los procesos presenciales de seguimiento y acompañamiento y la propuesta de una treceava generación. No obstante, el trabajo colectivo no se disolvió. La Red Nacional de Guardianas y Guardianes del Territorio sostuvo la comunicación y el vínculo mediante la virtualidad, evidenciando que los procesos políticos no se reducen a programas institucionales, sino que se encarnan en los cuerpos, las memorias y las voluntades de quienes los viven.
Hoy, el Centro se encuentra en una etapa de reconfiguración metodológica y política, impulsada por la necesidad de revisar críticamente lo construido, no para invalidarlo, sino para fortalecerlo. La segunda fase formativa parte de una convicción: no es suficiente formar juventudes “capacitadas”, se trata de acompañar el surgimiento de sujetos colectivos capaces de disputar sentido, territorio y futuro. De fortalecer procesos organizativos que resistan la fragmentación social y que disputen activamente su lugar en la vida comunitaria.
El momento actual no es sólo de evaluación, sino de toma de posición. Reconocer lo que se ha sembrado implica también asumir el compromiso de seguir abonando a una pedagogía que no sea neutral, que esté situada y que reconozca que formar, acompañar y vincular son actos profundamente políticos. Esta segunda fase en aras a la treceava generación no inicia desde la nada, sino desde la memoria activa de quienes ya están en el territorio, imaginando otras formas de habitar, luchar e incidir.
Referencias
Freire, Paulo. (2022). Pedagogía de la esperanza: Un reencuentro con la Pedagogía del oprimido. Ciudad de México: Siglo XXI Editores.
Jara Holliday, Oscar. (2018). La sistematización de experiencias: práctica y teoría para otros mundos políticos. Bogotá: Centro Internacional de Educación y Desarrollo Humano-CINDE.
Torres, Rosario. (2023-2024). Guardianas y Guardianes del Territorio (fotografías, archivo personal).
[1] Socióloga por la Universidad Autónoma Metropolitana, cuenta con un posgrado en Formación de Acompañantes Comunitarias(os) contra la Violencia de Género por la Universidad Provincial de Córdoba, docente, creadora y activista. Correo-e: rosariotorres2489@gmail.com
[2] La vida de las juventudes, atravesada por su condición de clase, se ve absorbida por la cotidianidad. Cuando se logra garantizar lo básico para la vida —como el alimento y el techo—, se espera abrir un espacio para pensar y reflexionar, evidenciando que estos derechos, aunque fundamentales, no se garantizan de forma efectiva debido a condiciones estructurales que lo impiden.
[3] Aquí podría plantearse la siguiente pregunta: ¿Cuál es el espacio formativo, desde la visión del modelo tradicional, que te prepara para escuchar lo que está por salir de lo más profundo de ese otro? Esta es precisamente una de las características que distinguen a los procesos formativos cercanos y humanizantes: la apertura para el encuentro auténtico y la escucha profunda.
[4] La geodésica es una estructura geométrica en forma de hemisferio que permite un uso eficiente del espacio, facilitando el cultivo de un mayor número de plantas y aumentando así el rendimiento de los cultivos. Esta característica resulta especialmente beneficiosa en el contexto de la isla, ya que, tras el paso de huracanes, su diseño ofrece una alta resistencia frente a estos fenómenos naturales.
[5] El término es usado comúnmente en las comunidades, haciendo referencia a la falta de experiencia de las juventudes en quehaceres mayores de la comunidad, como lo es la toma de decisiones.