Transiciones sur-sur: mujeres disputando desde la maquila en Zacualtipán

Resumen: Este artículo se centra en la experiencia de tres mujeres que a través de sus relatos dejan entrever procesos de disputa que se gestan en torno a la maquila para la transformación de sus condiciones de vida. Su testimonio nos acerca a la realidad de cientos de mujeres campesinas e indígenas que han visto sus lazos comunitarios amenazados por los sistemas de acumulación capitalista instalados en sus territorios. En este caso particular, vemos cómo la instrumentalización de un modelo económico, neoliberal y patriarcal ha propiciado el enriquecimiento de pequeños empresarios a costa de la expropiación y precarización de la vida de mujeres trabajadoras. Desde la mirada crítica de la economía feminista, realizamos una reflexión en torno a las dinámicas mediante las cuales el capital subsume las energías vitales apropiándose del trabajo asalariado y doméstico de las mujeres. Las mujeres experimentan cambios subjetivos y corporales en su transición hacia Zacualtipán, en este proceso logran nombrar las violencias que el capital genera en su salud física, en sus entornos familiares y comunitarios. Desde el deseo y la necesidad de vivir una vida libre de violencia, estas mujeres disputan por su libertad ante un sistema que precariza la existencia.

Palabras clave: maquila, economía feminista, transiciones sur-sur, disputas, precarización.

Introducción

Se los platico para que lo comenten,
que sepan lo que una como mujer sufre. Aquí
nosotras quisiéramos hablar, decir las cosas
pero no hay la oportunidad.
— Brenda

El proyecto de investigación que titulamos “De transiciones y disputas, en diálogo con mujeres que maquilan: el caso de Zacualtipán de Ángeles”, del cual se desprende este artículo, nació de una serie de preguntas sobre realidades que nos han sido cercanas, que nos dieron pauta para concientizar estructuras injustas que nos rodean, y que nos permitieron descubrir trozos de las barreras simbólicas que se han interpuesto en nuestros vínculos con otras mujeres. De aquellas inquietudes e interpelaciones surgió el diálogo con Alma, María y Brenda, tres mujeres que, en algún momento de sus vidas, trabajaron en la industria de la confección y cuyos testimonios son la columna vertebral de este trabajo.

Alma, María y Brenda comparten una experiencia en común: haber sido trabajadoras en la industria de la confección de un municipio serrano al noroeste del estado de Hidalgo llamado Zacualtipán de Ángeles; además, comparten la identidad de ser migrantes de comunidades rurales –con nexos indígenas– del estado de Veracruz.

Bajo el paradigma desarrollista nacional, que promueve la intervención del capital privado para el desarrollo del Sur Global, este pequeño municipio replica, a microescala, las condiciones de precarización del trabajo, extermino de la diversidad cultural y violencia hacia los cuerpos feminizados.

En este artículo realizaremos un recorrido por las formas de subsunción que rigen el funcionamiento de la maquila y coinciden con modelos de explotación de los sistemas económicos globales. Mediante una aproximación metodológica cualitativa con enfoque feminista, descolonial y participativo, ubicaremos el papel que las mujeres ocupan en el Sur Global. Rescatamos aquí tres voces de mujeres trabajadoras de la industria de la confección –recabadas mediante entrevistas a profundidad– como línea principal de investigación; además de cinco testimonios –a partir de entrevistas semiestructuradas– que nos ayudaron a construir el marco contextual.

También, ahondamos en las motivaciones que las llevaron a movilizarse hacia Zacualtipán e insertarse en una maquila. Posteriormente, introducimos el concepto intermedio transiciones sur-sur que da cuenta de la precarización de la vida en las distintas latitudes que estas mujeres habitan.

A partir de lo anterior, buscamos aquellas disputas por la transformación social que suceden aquí y ahora, dentro de la compleja argamasa de dominación patriarcal, capitalista y colonialista, teniendo como eje rector la afirmación: donde hay dominación hay disputa.

Una mirada de la maquila en Zacualtipán desde la economía feminista

Para entender las dinámicas económicas de Zacualtipán y el papel que las mujeres desempeñan en ellas es importante hacer un repaso por el funcionamiento económico de la maquila a nivel global. Para entender dónde y de qué modo se sitúan las maquilas de Zacualtipán dentro de la lógica de acumulación global, capitalista y patriarcal, nos acercamos al análisis económico-feminista de María Mies (2018) que nos da pautas para entender este fenómeno a partir de los procesos de deslocalización de las fábricas pertenecientes a los países desarrollados e instaladas en los subdesarrollados –que en este trabajo llamaremos Norte y Sur Global (De Sousa, 2011).

La deslocalización y diseminación de la cadena de producción de las empresas maquileras hacia el Sur Global provoca un redescubrimiento de las mujeres como mano de obra óptima para los trabajos de manufactura, por la docilidad impuesta a sus cuerpos y por su falta de experiencia salarial. Este redescubrimiento se debe a que, contrario a la dicotomización capitalista y patriarcal que las ubica únicamente en la esfera de lo reproductivo y privado, las mujeres siempre han estado presentes en la esfera de la producción, sometidas a una práctica política de invisibilización activa que tiene por objetivo que el trabajo que ellas realizan “no sea objeto de discusión pública y política” (Pérez Orozco, 2014, p. 177).

En este sentido, la estrategia de incorporación de las mujeres indígenas y campesinas al mercado fabril parte de una posición laboral totalmente distinta a la del hombre. Él como trabajador libre y ella como ama de casa o, en el mejor de los casos, como generadora suplementaria de ingresos. Esta diferencia permite una precarización intensificada del trabajo femenino al que se adjudica, en comparación al del hombre, un valor monetario, cultural y simbólico inferior.

Advertidas las dinámicas globales mediante las cuales el capital subsume la mano de obra de la mujer, es menester historizar y contextualizar dichas dinámicas para la comprensión del caso de Zacualtipán. En México, la consolidación de la industria de la confección de ropa sucede en tres episodios y latitudes distintas (De la O Martínez, 2006). El primero comienza con la industrialización en la frontera norte mediante acuerdos binacionales entre México y Estados Unidos. El Programa Bracero permitía a trabajadores temporeros mexicanos laborar en campos de cultivo estadounidenses. Al cancelarse, el gobierno mexicano, como consecuencia de una tendencia global hacia la manufactura al exterior (Douglas y Hansen 2003, p. 1052), decidió llevar a cabo la instrumentalización de programas para el crecimiento industrial y la generación de empleo en la frontera norte.

El segundo episodio de expansión de la maquila se desarrolló principalmente en los años ochenta, cuando el gobierno mexicano amplió las políticas y los programas para la instalación de empresas extranjeras (De la O Martínez, 2006, p. 94). Esto abrió paso a la creación del corredor industrial del Golfo, que se sitúa, sobre todo, en la zona centro, centro-norte y occidente del país, en ciudades como Guadalajara, Querétaro, León y Puebla.

El tercer momento, que más nos compete en este artículo, consiste en un desplazamiento de la industria maquiladora a regiones rurales no fronterizas cuyas actividades económicas principales se encontraban en declive, como es el caso de la manufactura de calzado en Zacualtipán. Como consecuencia, hoy la principal actividad económica en dicho municipio, según el Censo Económico realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi) (2019), es la fabricación y confección de prendas de vestir con un total de 388 unidades económicas. Puede percibirse, a simple vista, la abundancia de pequeños talleres subcontratados por marcas nacionales como Cuidado con el Perro, Suburbia, Sears y Levi’s México.

Esta forma de producción provoca mayores niveles de subcontratación en el sector a causa de la distancia que se va generando entre las empresas matriz y las trabajadoras que maquilan; es decir, los sectores donde se realiza el trabajo de confección se van independizando de la industria principal, por lo que las regulaciones laborales son desatendidas, como es el caso de los talleres más pequeños o de las mujeres que se dedican al deshilado de prendas. A su vez, se incrementa la evasión de responsabilidades fiscales y el incumplimiento de las reglamentaciones y los derechos laborales, abaratando los costos de producción para las grandes empresas, como lo explica Murrieta Cummings (2018), “a mayor distancia entre productores y comercializadores, mayor la dificultad para identificar la presencia de trabajo infantil y forzado en la cadena de suministro” (p. 27).

Los talleres y las pequeñas fábricas en Zacualtipán, insertos en este modelo de economía mundial y caracterizados por producir principalmente para el mercado interno del país, ocupan uno de los eslabones con mayores niveles de informalidad, que se aprovechan del perfil de las personas trabajadoras que suelen formar parte de grupos históricamente vulnerados: cuerpos feminizados, racializados, excluidos, etc. La intersección de estos factores permite los altos niveles de superexplotación –llamados así por Ruy Mauro Marini (1991)– que encontramos evidenciados en los testimonios retomados.

Ruth Madueño (2003) afirma que Zacualtipán conforma su poderío industrial sobre una mano de obra abastecida fundamentalmente de las zonas indígenas y campesinas de sus alrededores y, sobre todo, de sus mujeres. Para atraer a esta población, las fábricas ofrecen un servicio de transporte gratuito que permite a las personas de las comunidades aledañas viajar diariamente para trabajar –como fue el caso de Alma y María–. Así, la industria asegura una mano de obra abundante y fácilmente descartable.

En esta tónica, nos damos cuenta de que son las mujeres quienes asumen las jornadas de trabajo más largas y peor pagadas. El diferencial salarial por género era evidente para Brenda cuando comparaba su trabajo con el que hacía su esposo “él ganaba, a veces 2 000, 2 200 a la semana y yo no, yo 900 pesos a la semana por doce horas”. Además, a pesar de tener acceso al trabajo productivo, las mujeres conservan la obligación social e histórica del trabajo doméstico (Lagarde, 2015, p. 107).

Así mismo, la etnia y el lugar de procedencia juegan un rol fundamental en la asignación de tareas. Las personas que trabajan en lavanderías suelen migrar de comunidades indígenas –principalmente de la zona del municipio de Texcatepec, Veracruz– y son hablantes de una lengua originaria –especialmente Ñuhu–; las personas que trabajan en fábricas, comunmente, provienen de regiones mestizas y hablan español. En las lavanderías se lleva a cabo el proceso de pigmentación de la mezclilla lo que supone un contacto directo con químicos tóxicos que son nocivos para la salud. La mayoría de las personas que allí trabajan no cuentan con el equipo de protección necesario; además, las jornadas se extienden hasta 12 horas diarias por salarios de 900 pesos semanales. Esto implica que las personas de comunidades indígenas tengan los salarios más bajos, las jornadas más extendidas y las políticas laborales de mayor informalidad.

Este contexto complejiza la situación en la que se insertan las tres protagonistas de la investigación y nos da herramientas de análisis para mirar su tránsito de un entorno a otro –precarizados ambos–, poniendo especial atención en los movimientos, cambios y búsquedas que van experimentando en el proceso.

Transiciones sur-sur: la precarización de la vida

Nombramos transiciones a los cambios atravesados en el ámbito geográfico, corpóreo y subjetivo que las mujeres experimentan al desplazarse en busca de una realidad distinta a la que conocen. Estas categorías se materializan en la migración territorial, las modificaciones fisiológicas que se reflejan en los estados de salud, las formas de autocomprensión de ellas mismas y de su entorno, etc. Las transiciones, muchas veces, representan una negociación continua con el capital en la pugna por formas de vida más dignas; buscando salir del “sistema socioeconómico que habitamos [...] definido no solo por ser capitalista, sino también por ser heteropatriarcal y por estar racialmente estructurado y por ser (neo)colonialista y por ser antropocéntrico y…” (Pérez, 2014, p. 24) la añadidura amplia de epítetos que representan a la hegemonía del poder en el mundo y que a lo largo de este texto llamaremos cosa escandalosa.

Partimos de la teoría-práctica de la economía feminista del Sur Global para mirar la correlación que existe entre los sistemas de dominación capitalista y patriarcal en las prácticas contemporáneas de acumulación de riqueza, la cual se desarrolla mediante la expropiación de la vida. Además de nombrar la relación patriarcado-capitalismo, consideramos necesario problematizar los procesos de neocolonización que mantienen ocultas las esferas económicas ubicadas en los sures globales y que se abastecen, fundamentalmente, de cuerpos feminizados y racializados. Por tanto, entendemos el patriarcado como un sistema de dominación interrelacionado constitutivamente con otras formas de opresión que privilegian al sujeto blanco, burgués, varón, adulto, heterosexual: bbvah (Pérez, 2014, p. 25).

Aunque las transiciones, como las estamos enunciando, parecen estar estructuradas en diferentes estratos de representación, son en realidad interrelacionadas y codependientes, por lo que no es posible entenderlas de forma disociada. Digámoslo de este modo: Alma, Brenda y María cambian de posición territorial por motivaciones que forman parte de sus construcciones subjetivas; al migrar, su propiocepción también se modifica, pues comienzan a comprenderse y vincularse desde un entorno distinto; este proceso –que no es lineal– modifica sus cuerpos.

No obstante, al hablar de la subjetividad, encontramos un potencial particular que, a su vez, incrementa la posibilidad transformadora general de la transición. En estas ampliaciones subjetivas de la realidad y sus límites (Gago, 2020) existen formas creativas de subvertir, de escapar, de disputar, de combatir la violencia machista, la explotación capitalista y el sistema de muerte. Es importante ahondar en los testimonios y, así, vislumbrar atisbos de autonomías en medio de las experiencias de opresión.

Para poder hacer un trazo de los trayectos, modificaciones y experiencias que implica el trabajo en la maquila, y en ese bosquejo ver las disputas, es importante tener claras las características del punto de partida y de llegada que las mujeres tienen en su paso por la industria de la confección. Mirar el recorrido y nombrar tanto diferencias como similitudes en ambas territorialidades, teniendo como eje de análisis la pregunta ¿qué motiva a las mujeres a salir de sus territorios e insertarse en una ciudad fabril?

A pesar de sus diversas experiencias vitales, lugares de procedencia, edades y personalidades, Brenda, María y Alma afirman haber migrado a Zacualtipán por necesidad. Como podríamos suponer, una motivación primaria, presente en todos los testimonios, son las posibilidades de tener un salario propio –mayor a lo ofrecido en sus trabajos previos– y disminuir la dependencia de padres o esposos.

Amaia Pérez Orozco (2014) llama la pobreza oculta de la dependencia a “las situaciones en las que se depende de ingresos ajenos, sobre todo, las mujeres respecto a su pareja masculina” (p. 75), la cual puede generar sentimientos de falta de bien-estar, autonomía y autoestima. La autora menciona que, en ocasiones, cuando las mujeres viven autónomamente –sin depender del salario de alguien más– “sienten que mejora su calidad de vida, porque controlan ellas mismas el dinero, porque lo distribuyen a su modo, porque salen de relaciones de violencia, porque ganan en autoestima” (p. 75). El trabajo ofertado en Zacualtipán representa una vía de escape de esta dependencia que inmoviliza a las mujeres y, en muchas ocasiones, a sus hijos e hijas.

La precarización de la vida de las mujeres, en sus diferentes formas, tiene un papel fundamental en este fenómeno transicional. La falta de posibilidades en las zonas más empobrecidas del país obliga a la búsqueda de oportunidades en centros laborales de carácter urbano e industrializado. La condición de pobreza y vulneración social, potenciada en cuerpos feminizados en conjunto con los sistemas genéricos de repartición de tareas, representan, para muchas, una forma de desplazamiento forzado.

“[Mi papá] no tenía la posibilidad de mandarme a estudiar y pues no me dejaba trabajar y por lo mismo decidí juntarme [...]. Una como mujer, quisiera ir a cuidar, a trabajar la milpa, sembrar y esas cosas. Pero luego te dicen ‘no porque tú eres vieja, ¿qué vas a ir a hacer allá?’ [...] Y pues la verdad, muchas salimos a trabajar por lo mismo, por la necesidad, de que no hay trabajo para las mujeres” (Brenda). Aunque las mujeres han participado históricamente en las actividades de cultivo, su trabajo es concebido como ayuda suplementaria, por lo que rara vez es monetizado. La sensación de estar a merced de un salario ajeno y de ser económicamente improductiva, motivó a Brenda, como ella misma lo dice, a ir a Zacualtipán.

Otro motor de salida es la búsqueda de espacios que escapen a la violencia patriarcal. La dificultad de desmontar estructuras familiares y comunitarias de la repartición del trabajo según el género provocó que Brenda abandonara la casa de su padre y madre para casarse, “la mujer al hogar, a la casa y el hombre al trabajo. Nada más sirves para estar en la casa” (Brenda). Alma, tras años de violencia, que ella nombra “física, económica y psicológica”, por parte del padre de su hijo e hija, tomó el trabajo en la maquila como estrategia de huida. Sin embargo, ¿a dónde llegan las mujeres tras su salida en búsqueda de libertad?

Como se mencionó antes, mediante la asignación de tareas de la praxis de la dominación patriarcal es posible el control no sólo salarial-económico y laboral, sino también político e ideológico, limitando a las mujeres a determinadas actividades productivas que, además, son las más pesadas, marginales, esclavizantes y domestificantes.

Es así que las mujeres se convierten en el eslabón central que permite no sólo el funcionamiento, sino la reproducción de la lógica de despojo que genera la acumulación de capital en una pequeña porción territorial a costa del empobrecimiento del resto del mundo, pues son las mujeres “la mano de obra óptima para el proceso de acumulación capitalista (y socialista) a escala global” (Mies, 2018, p. 220).

Las mujeres trabajadoras de la maquila de ropa en Zacualtipán forman parte de un territorio empobrecido y despojado, su trabajo y sus energías vitales son usados como base para la acumulación de riqueza. Luego de jornadas de incluso “36 horas seguidas [y] salarios de miseria” (Brenda), vuelven a sus casas a continuar con una jornada de trabajo fuera de la fábrica, que involucra tareas de cuidado tanto pragmáticas –cocinar, hacer el quehacer de la casa, acarrear agua– como afectivas –ofrecer contención emocional a sus parejas.

Esta doble o triple jornada genera en las mujeres un estado de cansancio crónico que tiene efectos tanto en sus estructuras corporales como en su construcción subjetiva. Sus cuerpos hablan de su experiencia en el trabajo mediante dolores de cintura, llamado dolor en “los pulmones por el frío” (Brenda); malestares en los huesos, como nos contaba Alma, por el contacto con el calor de la plancha y las salidas al frío para el almuerzo; las heridas en las manos por trabajar con piedra para hacer trazos y desgastes en los pantalones de mezclilla que les dejan “las manos moradas, hinchadas” (Brenda).

Al escuchar lo que estos cuerpos tenían por contar, encontramos una repetición constante de la palabra “cansancio”. Cansancio por las jornadas de 9, 14 o 36 horas seguidas, por mantener la misma posición todo el día, por “estar parada desde las 7 hasta las 4:30” (María), por cargar bultos de aquí para allá, por tener que “torcer, torcer, torcer y torcer” (Brenda) pantalones de mezclilla, por levantarse a las cuatro de la madrugada.

Cansancio de no poder parar porque “el tiempo es oro” (Alma), de llegar a casa “y a dormir, a descansar, [porque] puro querer dormir de tanto cansancio” (Brenda), “dormir para, de nuevo, empezar al otro día” (María). Cansancio de no tener un momento para respirar, para platicar, porque “se te va el tiempo y ya no hiciste nada” (Alma).

Cansancio de ver las gráficas de medición del trabajo realizado y saber que de éstas depende el salario que llegará al terminar la semana. Cansancio por las jornadas nocturnas, pues “de noche es más cansado que de día” (Brenda). Cansancio de las cámaras y de los vigilantes que están pendientes para que no existan “ni cinco, ni diez minutos para descansar” (Brenda).

Cansancio al volver al espacio doméstico y empezar “el quehacer, lavar, tener la casa limpia, a veces dormir, descansar un poco” (Brenda); cansancio de la doble o triple jornada que hay de la fábrica al hogar, del hogar a la fábrica. Cansancio por ser mujer y tener los peores horarios y los salarios más bajos.

Durante su estancia en Zacualtipán, junto a estas dolencias y al cansancio de las jornadas de trabajo superexplotadas, se presenta, a causa de la mala calidad de su alimentación, una degradación de sus condiciones de salud. Las tres tuvieron disminución de peso que atribuyen a las desveladas, a las grandes cantidades de trabajo, al estrés y a la pérdida de apetito. Brenda afirma: “bajamos de peso, todas, yo y mis compañeras; luego decían ‘ah, ya se me fueron los cachetes, ya se me bajó mi pancita, es que no como igual, me duermo durante el día y ya no como igual’”.

La sustracción del trabajo y de la vida misma de las mujeres que laboran en la maquila se sostienen sobre la distancia efectiva que existe entre sus cuerpos –y subjetividades– y las condiciones de su trabajo, es decir, su persona pierde valor ante el sistema capitalista que prioriza la ganancia obtenida de su mano de obra. Es a partir de esta dislocación que se perpetúan las condiciones que las precarizan y, por lo tanto, las obligan a poner su trabajo a la venta como mercancía barata, permitiendo que los sectores empresariales de la confección se enriquezcan comprándolo por salarios “de miseria” (Brenda). Es en este sentido que el trabajo pierde su potencia para la autorrealización humana y la producción social de la existencia, y se reduce a una actividad lucrativa que genera ganancia para quienes ocupan los eslabones más altos de la cadena productiva.

Las mujeres trabajadoras de la industria de la confección en Zacualtipán no sólo se encuentran en un territorio físico utilizado para la acumulación de capitales globales, sino que también son parte de lo que Boaventura de Sousa (2011) ha denominado el Sur Global, el cual

[...] no es un concepto geográfico, aun cuando la gran mayoría de estas poblaciones viven en países del hemisferio Sur. Es más bien una metáfora del sufrimiento humano causado por el capitalismo y el colonialismo a nivel global y de la resistencia para superarlo o minimizarlo. Es por eso un Sur anticapitalista, anticolonial y antiimperialista, es un Sur que existe también en el Norte global, en la forma de poblaciones excluidas, silenciadas y marginadas como son los inmigrantes sin papeles, los desempleados, las minorías étnicas o religiosas, las víctimas de sexismo, la homofobia y el racismo. (p. 35)

El Sur Global es, entonces, zona de opresión, despojo, conflicto, crisis y también de resistencia, disputa y lucha digna. El Sur Global puede ser punto de partida y también de llegada. Llamamos a este proceso transiciones sur-sur, que consisten en un desplazamiento entre diferentes latitudes, el cual, no implica grandes modificaciones en las condiciones de precarización. Estas migraciones aspiran, en muchas ocasiones, a la inserción de modelos proletarios; sin embargo, se integran a una clase social más baja, llamada por Guy Standing precariado (en Valero, 2015), que se articula en torno a los estratos más explotados del trabajo que caracteriza a los sures globales.

En términos de análisis, podemos entender que Brenda, Alma y María transitan de un territorio rural y semiurbano –en ocasiones campesino–, sin oportunidad laboral asalariada y regido por condiciones estructurales patriarcales a un territorio industrial, asalariado e igualmente precario.

Reconocemos que existe un diferencial subjetivo en el imaginario de estas tres mujeres sobre cómo se concibe la maquila. En sus relatos, una de las constantes tiene que ver con sentirse útiles dentro de sus entramados familiares –mediante la aportación de un salario–; es decir, desde su percepción, su potencialidad como humanas está fuertemente relacionada con su funcionalidad y productividad dentro del mercado. Una afirmación que no sólo responde a los mandatos del capital, sino también del patriarcado, pero que, a la vez, funciona como base material para su autonomía.

Aunque la retribución económica dentro de las maquilas no implique grandes modificaciones en las condiciones del precariado, la posibilidad de imaginar un futuro fuera de o la realización de un sueño propio, las hace resistir a las largas y explotadas jornadas “soy [Alma] y estoy trabajando para estudiar y ser mejor humano”, o para tener algo propio: “a veces uno se imagina ‘quiero comprarme mi caballo; quiero tener un ranchito’, o sea, no tener grandes hectáreas pero, aunque sea un pedazo [de tierra]” (María). También, las posibilidades que da la maquila las ayudan a cubrir gastos personales, “como mujer, una ocupa más cosas de higiene personal que un hombre y, pues, en eso se nos iba el dinero, en comprar cosas de higiene personal” (Brenda).

Dentro de sus relatos, se asoma la certeza de un tiempo finito en la fábrica que permita un futuro fuera de ésta. El inicio de una resistencia para asumir más vitalmente las críticas al trabajo y cambiar el rumbo de la trayectoria hacia un futuro distinto al de la maquila (Rivera Cusicanqui, 2011, p. 15). “El trabajo para sacarnos de un apuro está bien, no veo mal trabajar, pero igual si se puede hacer una obrita, o construir algo, o poner un negocio propio, aunque sea para vender elotes, pero para tener algo que vayamos a generar un poquito más” (María).

Donde hay dominación hay disputa

Nos adentramos en un trocito de oscuridad de la crisis civilizatoria que atravesamos con la esperanza de encontrar atisbos de luz, es decir, de rebeldía. A través de los relatos de Alma, María y Brenda pudimos nombrar una serie de resistencias cotidianas –singulares y colectivas–. Emprendimos una búsqueda para mirar los claroscuros de sus transiciones, pasando por los ámbitos territoriales, subjetivos y experienciales de la superexplotación fabril.

Al entrever la compleja argamasa de opresión capitalista, patriarcal y colonial que amenaza con descomponer los entramados comunitarios de los que estas tres mujeres forman parte podemos también encontrar terreno fértil para el crecimiento de vida digna. Las disputas, como las entendemos a partir de esta investigación, se desarrollan en la periferia entre la cosa escandalosa y la vida; son una confrontación –aunque no siempre directa– con las fuerzas opresoras. Las enunciamos, pues, como un conjunto de habilidades, imaginaciones, inventos, formas creativas en que las mujeres negocian, juegan, retan, crean, construyen... en un ir y venir, salir y entrar de los límites impuestos por la cosa escandalosa en búsqueda de ganar terreno de autonomía.

Desde esta mirada podemos tratar de desutopizar la noción de autonomía, entendida muchas veces como un estado puro e inalcanzable, para comenzar a mapear las posibilidades de disrupción del orden impuesto, hacer legibles las historias de disputa que albergan los cuerpos que luchan y, entonces, construir lo común a través de los registros de nuestras cotidianidades. Es cierto que no podemos dar una definición fija e inamovible de lo que son las autonomías, pero intuimos que comienzan deseando; deseando “que respetaran nuestro horario de trabajo, que se dieran cuenta de que uno sale a trabajar por necesidad […], que nuestro trabajo fuera bien pagado” (Brenda), que “para trabajar para alguien más, mejor trabajar para nosotros con el apoyo de la familia” (María), trabajar “para ser mejor ser humano” (Alma).

El reconocimiento de la propia experiencia de dominación y explotación comienza con nombrar y reconocer tanto las violencias como las disputas con las que coexistimos. Poner en palabras implica una serie de movilizaciones cognoscentes que nos obligan a cuestionar lo impuesto y, quizá, a buscar modos distintos de vida.

En un contexto caracterizado por la invisibilización de las tareas reproductivas, que son confinadas al espacio doméstico bajo la noción de que lo existente en “el ámbito fuera de la producción no es economía y la actividad que se da en este no es trabajo” (Pérez Orozco, 2014, p. 201), la contundencia con la que Brenda nombra las tareas que realiza permite mirar los primeros espacios de disputa: “Es un trabajo, aunque a veces los hombres dicen ‘ay, de qué te cansas si ni haces nada, estás en la casa’, o sea, ¿quién les lava? ¿Quién les plancha? ¿Quién les hace de comer? ¿Quién cuida a los niños?, si no una como mujer”. Ampliar la concepción de lo que reconocemos como trabajo –contemplando la reproducción como parte de la economía real– es un desplazamiento subjetivo.

Ante la urgencia de sobrevivir a los embates violentos de un sistema económico que precariza la vida, la negociación y la creatividad fungen como catalizadores de transformaciones sociales. Es así que el salario de las mujeres trabajadoras –tan insignificante que podría parecer un deshecho del sistema de producción– también representa uno de los caminos que les permiten disputar, pues a partir de ellos logran construir independencias concretas. A Alma su inserción en la maquila le permitió romper la dependencia con el hombre que la violentaba. María puso una farmacia con la que ahora mantiene económicamente a su padre, madre e hijo. Brenda se atrevió a disruptir la lógica genérica para nombrar como trabajo lo que en su comunidad es considerado obligación de madre amorosa.

Las disputas implican, pues, una búsqueda constante que conlleva ciclos de prueba y error, y permiten modificar las condiciones de vida en repetidas ocasiones hacia formas más dignas. Al provenir de inventos y creatividades, las disputas pueden no conducir a los lugares que esperamos encontrar; sin embargo, siempre tenemos la posibilidad de experimentar, una vez más, bajo modos diferentes, es decir, disputar una y otra vez.

Estos primeros brotes de autonomía se tildan comúnmente de pequeños e incapaces de generar transformaciones profundas en los sistemas de acumulación; sin embargo, como afirma Gago (2020), no hay sitio que esté completamente subsumido al orden mundial. Por lo tanto, todos los espacios tienen la potencialidad de generar estrategias de disputa que, no por ser experimentales o pequeñas, son menos importantes. Estas creaciones están produciendo un entendimiento amplio de la gestión y el cuidado de lo común, pues como afirma Pérez Orozco (2014) partimos del supuesto de que “la vida es vulnerable y precaria y de que esa condición humana básica hay que resolverla en común, en interdependencia” (p. 23).

Las economías diversas, como Gago (2020) denomina a estos movimientos, trabajan desde la invisibilidad sistemática para quebrar el orden relacional que es funcional para el heteropatriarcado-capitalista-colonialista. Encontramos en Zacualtipán experiencias de mujeres trabajadoras de la maquila, que se organizan para gestionar y cuidar de la salud en conjunto: “cuando le pasa algo a un compañero, entre ellos piden dinero para ayudar a la persona. Haz de cuenta que si tú tienes un familiar que le pasa algo, entre los compañeros piden, se organizan y te dan” (Alma).

Desde la agrupación del precariado también se articula la disputa. Bajo la conciencia de que el trabajo en la maquila es mal pagado y explotado, las personas que venden comida afuera de las fábricas en Zacualtipán bajan el precio de sus alimentos para que sean accesibles para las trabajadoras, “ibas a un lugar donde estaba una señora haciendo de comer y te lo daban barato porque saben que estás trabajando y que te pagan poco” (Alma).

Las disputas, a diferencia del funcionamiento de los modelos de dominación sustentados en lógicas heteropatriarcales y capitalistas, se trazan desde una óptica de los cuidados –que permea todas las esferas de la vida y que no se reduce a parir, alimentar, hacerse cargo de otras vidas– e implican ampliaciones subjetivas, es decir, “desplazamientos de los límites que nos hicieron creer y obedecer [y] reivindicar la indeterminación de lo que se puede, de lo que podemos” (Gago, 2020, p. 13).

María, Brenda y Alma, como muchas otras mujeres, van trazando trayectorias multiformes y creativas, saliendo de un espacio para entrar a otro y repitiendo este proceso varias veces en búsqueda de algo distinto, donde puedan disfrutar de los frutos de su propio trabajo (María), donde la violencia no sea la cotidianidad de los lugares que habitan (Brenda, Alma) y donde las futuras generaciones puedan crecer sin miedo a caminar por las calles (Brenda).

Conclusiones

A lo largo de los relatos encontramos una contradicción que las mujeres viven a raíz de su experiencia laboral en la maquila de Zacualtipán: experimentan formas reales de superexplotación en las que pareciera que no hay salida y que sus decisiones son sólo una ilusión de alternativa entre la violencia de la fábrica o la violencia de sus hogares. En este laberinto que aparenta no tener salida, miramos como estas tres mujeres gestan autonomías en cada momento de su transición y convierten los desechos del capital en vida fértil.

A pesar de las transiciones sur-sur que las mujeres realizan con la esperanza de llegar a una latitud con condiciones suficientes para vivir más dignamente, la precarización persiste, aunque se manifiesta de otras formas. Al transitar tal vez no hay un lugar certero de arribo, simplemente un malestar que, al ser constitutivo y constituyente, nos desplaza esperando –y a veces consiguiendo– establecernos en un sitio mejor –cualquier cosa que aquello signifique–.

Constatamos que las transiciones entre sures que estas mujeres han caminado les han permitido reconfigurar sus nociones de la realidad e irse desplazando por las derivas de la cosa escandalosa buscando, en diferentes sitios –geográficos o simbólicos–, modos de vivir y relacionarse que les brinden más autonomía a través de resistencias cotidianas.

Percibimos que el diferencial de género, la experiencia feminizada y los espacios asignados de acuerdo con la división de roles, dan lugar a ampliaciones subjetivas que permiten disputar desde la óptica de los cuidados para la construcción común. En el caso de estas tres mujeres, se traduce en independencias específicas, como tener un negocio propio, revalorar la vida en el campo o crear un hogar sin violencia.

Las trayectorias que Brenda, Alma y María recorren están repletas de estrategias ingeniosas y creativas con las que tratan de escapar de las garras de la cosa escandalosa. Estas estrategias, aunque pequeñas y muchas veces desapercibidas, generan o contribuyen a estados de independencia con respecto a situaciones de violencia, que permiten ir abriendo espacios hacia la autonomía y, en el proceso, tejer lazos de interdependencia con otros y otras.

Después de su paso por la maquila, las tres regresaron a sus comunidades dándose cuenta de que las libertades no sólo se disputan a través del dinero. El reconocimiento de que éste no les otorga las libertades que buscaban sino, al contrario, las obliga a incorporarse a un sistema de precarización –que se tangibiliza en sus cuerpos y se traduce en sintomatologías como el cansancio crónico– transformó las motivaciones que, en algún momento, las hicieron migrar. Regresaron con experiencias salariales que las dejaron insatisfechas, optando por emprender nuevas disputas.

Referencias

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Renata Carvajal Bretón y Beleguí Rasgado Malo

Renata Carvajal es licenciada en Comunicación por la Universidad Iberoamericana Puebla con interés en comunicación comunitaria, defensa del territorio y estudios críticos del género. Ha colaborado con radios comunitarias en Puebla y Veracruz, y es parte del Colectivo Cholollan Radio.

Beleguí Rasgado Malo es artista diversa y comunicadora. Sus intereses se han centrado en temas relacionados con las luchas de las mujeres, las corporalidades, los entramados comunitarios y la defensa del territorio. Actualmente estudia la maestría en Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” (ICSyH - BUAP), imparte clases en el Diplomado de Terapia de Danza y Movimiento del Instituto de Terapia Gestalt Región Occidente (INTEGRO) y es parte de la Colectiva Caracola Tejedora.

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